sábado, 19 de enero de 2013

Django Unchained: obra maestra





     A lo largo del año han ido discurriendo obras de mayor o menor fuste, pero como en todo espectáculo, el petardo más gordo se deja para el final, y así es. Últimamente el cine de autor está de capa caída, Woody Allen no supo aguantar el vuelo que le impulsó Midnight in París y Tim Burton parece ser que se tiene que refugiar en la animación para sacar la cabeza, y estos son sólo algunos ejemplos. Pero Tarantino no decae, y aunque visiblemente más rellenito, su cine sigue siendo un manual perfecto de como desenvolverse en el 7º arte.



     Es el ejemplo palpable de que, cogiendo de base un mito popular y la clásica estructura del caballero y la princesa, se puede montar una epopeya en clave de Western sin ningún minuto despreciable, y son muchos.
     El guión de Tarantino se va desgajando a lo largo del metraje con una suavidad inusitada, con unos golpes de humor que ya quisieran muchas comedias; crea unos personajes tan veraces y complejos, que hasta el último secundario podría ser un principal en sí mismo. La primera escena, la que da título a la película, es una suerte de pasaje de Don Quijote, aquel en que el caballero de la triste figura, en un bosque, trataba liberar a unos presos de la Inquisición en medio de la noche, tan sólo iluminada por la luz de los candiles. 
     A lo largo del metraje se ve perfectamente la gran capacidad de Tarantino para incluir en su historia otros argumentos externos, como la mitología nórdica, que en sí tiene un gran peso en la construcción de la historia. Tampoco olvidar que este director siempre ha incluido elementos del western en sus obras, y esta vez, que la película es un Western de verdad, pues con más motivo.  
     Tenemos a un Django que se bate contra decenas de enemigos, una extrapolación que se encontraría entre el último duelo de Clint Eastwood en "Sin Perdón" y el gran combate de "La Novia" en Kill Bill I, recuentos de cadáveres tan fríos y similares como los de "Por un puñado de dólares" y otros más que os animo a ir descubriendo por vosotros mismos.
    La primera escena también nos sirve para demostrar el efectivo uso de zooms que ha hecho el director en esta película, normalmente para enfatizar los primeros planos de unos actores que lo están dando todo para encarnar a unos personajes que ya han entrado en la historia del cine. El trabajo actoral es muy bueno, no se podría destacar ninguno por encima del otro, pero eso sí, Tarantino ha creado un Django tan poderoso, tan lleno de matices, que es normal que a Jamie Foxx se le haya subido a la cabeza. Christopher Waltz vuelve a hacer una actuación extraordinaria, y se convierte en la antítesis de su anterior personaje, Hans Landa.




     Samuel L.Jackson vuelve con fuerza, de nuevo con prótesis capilares, para interpretar a un personaje lleno de contradicciones, un personaje que se ha transformado completamente, alguien que es algo que no debería ser. Tarantino sabe en quién delegar sus papeles más complicados. Pero Jackson, al igual que en la película, se ve ligeramente ensombrecido por DiCaprio, un personaje con un alma tan podrida como sus dientes, fiel reflejo de su interior; entre él y Christopher tienen un duelo invisible que dura hasta su final. Mención especial a Kerry Washington, que nos demuestra una vez más que el guión puede estar expresado perfectamente en un gesto, en una mirada.
     A pesar de todo, Django funciona mejor como guión que como película, pues ésta se podría dividir en dos, el primer y el segundo acto, que ocupan hora y media de la película, y el tercer largo acto, que ocupa el resto, casi una hora. Por tanto, el tiempo que pasa en una y otra parte son bien distintos, por lo que esta segunda parte, aunque muy buena, se puede hacer algo larga, da la sensación de que se dan demasiadas vueltas a las situaciones (que no a los diálogos).
    Por último, hacer mención a la Banda Sonora, que se despliega entre la cálida fotografía como una segunda piel, teniendo entre ellas composiciones de Ennio Morricone, compositor por excelencia del Western, aunque Quentin, tan partidario de lo extravagante, no duda en usar melodías modernas que no hacen sino añadir más matices a una película que ha entrado a golpe de dinamita en la historia del cine.
   





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