sábado, 23 de julio de 2011

Próxima Parada: Santiago de Compostela


Tras un par de años de querer lograr la hazaña, y en vistas de que la CCXII films se quería quedar en el sofá en vez de estar de caminata unos cuantos días (lógico por otra parte), Alejandro y yo partimos mañana a Santiago desde Puebla de Sanabria, ejecutando, por tanto, la mayoría del camino Sanabrés.
La distancia que nos separa ronda los 200 kilómetros, los cuales pensamos hacer en unos 9 días, alentador para cualquier zamorano (quién haya visto 300 entenderá este simil). No será un trabajo fácil pues no nos podemos permitir deslices, ya que el día 5 de Agosto tenemos la feria del libro de Benavente y no podemos ausentarnos a esta cita tan especial.
Este viaje esperamos que nos sirva para establecer las bases de la segunda parte de Guardianes de la Luz y, si nos da tiempo, dibujar el eje general de toda la historia. Además, deberemos esbozar el discurso que tenemos que dar en el pregón de las fiestas de Coreses (una tarea complicada), y otras muchas cosas, pues haciendo el camino da tiempo a pensar muchas cosas.
Conmigo me llevaré mi amiga Sony para ir recogiendo los mejores momentos del camino y, a la vuelta, haré una especie de diario de abordo, etapa por etapa, que espero que ayude a futuros peregrinos.
Así pues, en unos cuantos días nos volveremos a ver chaplineros.


"Caminante no hay camino, se hace camino al andar."

miércoles, 20 de julio de 2011

Harry Potter... de niño a hombre

Aviso a navegantes: esto no es una crítica a la última película, al menos no en su totalidad, sino más bien como ha calado este personaje escrito por la inglesa J.K Rowling en toda la población juvenil del Mundo a lo largo de los años.

Recuerdo aún cuando mi madre, a sabiendas de que la piedra filosofal se estaba regalando a todos los muchachos del colegio, me entregó el libro ya hace unos diez años (que ya es decir). La novela era ligera, corta, lo suficiente para enganchar a un lector joven y que después quisiera más y más, lo que se vería reflejado en el incremento de las páginas (Guardianes de la Luz no cumple este primer principio ¡Ouch!).

Para cuando Harry Potter caló hondo en España, en Reino Unido ya se estaba empezando a gestar la película, lo que hizo que la novela pegara el petardazo por todo el globo terráqueo. Mirando con ojo crítico, las novelas de la inglesa no son una cosa fuera de serie, pero ella tuvo suerte y su libro ha vendido ya más de 100 millones de ejemplares por todo el Mundo y, nos guste o no, nos parezcan unas buenas novelas o no, es de agradecer que haya hecho leer a tanta gente, algo que se va echando cada vez más en falta. De hecho, gracias a que Harry Potter encandiló a mucha gente joven, fue galardonada con premios de la talla del Príncipe de Asturias de literatura.

Las primeras partes nos vinieron dadas por Chris Columbus, director de otras películas infantiles notables como las dos primeras de Solo en casa. Fue una buena elección dado que el reparto era mayoritariamente preadolescente; por entonces aquí en España y seguramente en el resto del mundo, todos teníamos una envidia enorme por los actores de aquella primera película en los que nos hemos ido reflejando hasta el final, creciendo con ellos, madurando con ellos.
Es con esta película cuando la juventud nos dimos cuenta de que una película puede ser muy cruel con un libro, y que tus partes preferidas de un libro pueden no mostrarse ni de refilón en la gran pantalla.

El relevo de Columbus vendría de la mano de Alfonso Cuarón en El prisionero de Azkaban, película en la que ya se va dejando atrás esa infantilidad y la historia se empieza a meter en lo siniestro y en lo oculto. Para muchos, el prisionero de Azkaban es el mejor libro y la mejor película; en mi opinión, he de decir que el libro puede ser que si, pero la película, aunque buena, no llega a destacar, aunque ciertamente es difícil decir cual de las 8 destaca más sobre el resto, pues ninguna lo hace especialmente. Quizás el hecho más notable de esta entrega es que se cumple la perfecta fusión entre película de aventuras infantil y adulta que en el libro queda también marcada. Harry Potter ya no come Ranas de chocolate ni grajeas Bertie Bott de todos los sabores, Harry Potter se empieza a enfrentar por fin a la vida.

La siguiente película para mí es la que más hace meterse al espectador dentro, tanto si hablamos del libro como si hablamos de la película, ya que El Torneo de los Tres Magos se cuanta de una forma muy cercana, como si de una liguilla de fútbol u otro deporte se tratase. El encargado de contar esta nueva historia sería Myke Newell, que nos mostraría como la vida del joven Potter se va volviendo cada vez más oscura, con la inclusión del ya cansino Robert Pattinson (maldita la hora en la que apareció en pantalla, aunque ahora parece que va mejorando).

En la quinta entrega se da el mayor patinazo de toda la saga, debido a varias cosas. Primero, siendo el libro más largo, la película tiene la duración más corta, y se pierde mucho metraje en situaciones que no aparecen en el libro pero que hacían más "teen" la historia, una suma idiotez a mi parecer. Otro de los problemas es que al no haber tiempo suficiente en la película para contar datos importantes, ello hace que tengan que ser relatados en películas posteriores y, por tanto, que el espectador no lector haya ido cogiendo más asco a la saga conforme esta iba avanzando. El manufactor de este batacazo fue el director David Yates, que ya se quedaría hasta el final, aunque también esto fue debido a un fallo de adaptación por parte del guionista Michael Goldenberg. Aunque la esencia de la creciente oscuridad sigue patente, ya que la sombra de la muerte empieza a calar hondo en la historia, como digo se perdió mucho metraje en cosas absurdas que trajeron enormes consecuencias... quizás hubiera sido mejor fragmentar este libro en dos partes que hacerlo con la última entrega.

Con el misterio del príncipe, Yates remonta el vuelo técnicamente y la trama vuelve a coger soltura, pero se siguen dejando temas importantes por el camino que deberán ser tratados a tropel en las últimas dos partes.
Concretamente este sexto capítulo es una de mis preferidas en papel, ya que no se ve por ningún lado la parte infantil de la historia y ya se logra atisbar el final, es decir, al acabar de leer este libro, la mayoría de los lectores ya tenían un supuesto final en sus cabezas. Por entonces los que leímos la obra recién sacada a la venta tendríamos unos 16 años, época en la que abandonas la ESO y debes ir decidiendo el ritmo que va a llevar tu vida.

La última parte, bien por interés económico o porque se dieron cuenta de que si no estiraban un poco la madeja muchos espectadores no se enterarían ni de la misa de la media, se fragmentó en dos partes. He de decir, que ambas partes están bastante decentes, pero la última queda algo lastrada por el gran volumen de explicaciones, que se podría haber evitado perfectamente. Sobre todo es digno el trabajo actoral, que se ha visto como ha ido mejorando a lo largo de los años. A destacar en toda la saga son los trabajos de: Richard Harris, al que tuvimos que decir adiós en la segunda parte (aunque su relevo, Michael Gambon ha estado a la altura), Ralph Fiennes (que para mí ha ido perdiendo fuelle desde su magnífica actuación en la cuarta entrega), Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson (para mí, la mejor del trío), Brendan Glesson (ojoloco Moody es, de hecho, uno de mis personajes favoritos), Maggie Smith (McGonagall) y, por último, pero no menos importante Alan Rickman (el gran mentiroso que se convierte en héroe, un gran papel desde mi punto de vista acompañado de una actuación sobresaliente desde la primera hasta la última parte).
Otro aspecto que se echará mucho en falta en las últimas partes es el de no haber dado un final digno a ninguno de los personajes a los que tenemos que decir adiós (no haré ningún spoiler).
Aunque en general la última película pasa el aprobado, no ha llegado a tocar la vena sentimental que todos los creyentes de esta religión esperábamos ver, pues, cuando se acaba el epílogo de este final no se siente la misma nostalgia que yo al menos sentí al finalizar el Retorno del Rey, por ejemplo. Pero esto sólo en el plano cinematográfico... el lector siente de verás pena al acabar la historia, notas como un compañero que te ha ido acompañando durante tu crecimiento adolescente, que ha estado presente en el primer beso, en el primer desamor, se va y te deja solo ante la vida, una vida dura que se presenta ante ti sin una varita mágica, tan sólo te sabes poseedor de dos manos y una cabeza que serán los que te hagan salir adelante... pero al menos, ese amigo, mientras estuvo, te enseñó que la amistad y el amor son dos buenos consejeros que siempre hay que llevar en la mochila... Harry Potter siempre nos acompañará... es el club de los cinco de nuestra generación.



¡Avada Kedavra!

viernes, 15 de julio de 2011

El barbero

Este va a ser mi relato a presentar a un concurso en contra del racismo y de otro de temática libre. A ver que os parece esta historia que hace prevalecer la amistad por encima de todo.


El Barbero





“En este mundo hay sitio para todos, la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El odio de los hombres pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá”
-Charles Chaplin en “El Gran Dictador”-

Alemania, finales de 1940
Una antorcha partió la luna de la barbería cuando los últimos rayos de sol bañaban las calles de Munich. Dentro, Ezequiel se encontraba a oscuras recogiendo sus utensilios antes de regresar a casa. Por suerte nadie entró en el local gracias a que la mayor parte del cristal de la barbería se encontraba lleno de carteles antisemitas y ello imposibilitaba la visión del interior desde fuera. Cuando las tropas nazis abandonaron la calle, Ezequiel se enfundó su gabardina y se fue a casa, andando lo más rápido posible.
 Al llegar a su casa, cuya fachada también estaba llena de insultos racistas, se sentó en un orejero y respiró profundamente. A los pocos segundos Hannah, su esposa, llegó con un barreño de agua caliente y lo dispuso a los pies de su marido, que pudo por fin relajarse.
Aún con los pies dentro de la palangana, Ezequiel se quitó la gabardina y la puso sobre su regazo para no perder el calor que en aquel mes de Noviembre escaseaba ya. Se quedó ensimismado mirando la estrella de David que todo judío tenía que llevar en sus ropajes para ser identificado, es decir, aquel símbolo servía para que todos los nazis que se encontrara a su paso le pudieran insultar y escupir sin que él pudiera hacer nada. 
Recordó otra ocasión anterior en la que Hannah le había traído una pila de agua caliente: fue hace ya mucho tiempo, tras la batalla de Verdún, en la cual se evidenció que el poder teutón no era tan grande como hacían creer. Él, por supuesto, había combatido del lado germano, siempre hombro con hombro con su gran amigo Ernest Bauer. Cuando finalizó la contienda, con lo poco que tenía ahorrado abrió la barbería y pudo salir al paso de la dura posguerra, pero Ernest siguió en el ejército y ahora, pese a su propio asco hacia el nacionalsocialismo, era Teniente de la Waffen SS.
Pensando aún en su querido amigo Ernest, le preguntó a Hannah que si le había respondido a su carta de ayuda, a lo que le respondió lo mismo que los últimos seis días: No.
Pasaron los minutos y el agua se empezó a quedar tibia. Hannah le invitó a irse a la cama, pero Ezequiel prefirió quedarse escuchando la radio; en tiempos de guerra estar atento a la radio podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Durante unos minutos que emitieron música clásica, se quedó profundamente dormido.
En su sueño, las balas de los nazis se deshacían en el aire y las bayonetas se convertían en agua al intentar atravesar a sus enemigos, pero de repente aquella escena tan idílica como utópica desapareció como cuando un rollo de película se quema con el calor del proyector. Cuando logró volver a ver algo con claridad, una larga fila de judíos se extendía en la lejanía. El era uno de ellos y estaba ya casi a la cabeza de la fila. A ambos lados de la comitiva, dos soldados nazis empujaban con sus armas a todos hacia un acantilado infinito.
Le tocó su turno, miró al pozo de sombras e intentó resistirse, pero un culatazo del Mauser de uno de los soldados le hizo trastabillar y cayó sin remedio. Durante su descenso hacia la oscuridad intentó gritar, pero de su boca solo salieron sonidos de campana a la vez que se empezaba a zarandear de un lado a otro…, pero, de repente se despertó asustado, dándole un manotazo a su pobre esposa que era quien de verdad lo estaba zarandeando. Al parecer, el sonido de las campanas provenía del timbre de la puerta.
Restregándose los ojos, se incorporó en la cama e hizo un gesto a su mujer para que desapareciera de la habitación. Tras abrir la puerta con cautela se encontró frente a frente con Ernest: sus facciones arias claramente marcadas eran similares al corte terso y rígido del traje, que era rematado por la esvástica en el brazo y las siglas metálicas de las SS.
     -¿Qué tal, mi Führer? –preguntó con sarcasmo Ezequiel.
     -No estamos para bromas, amigo, ¿puedo pasar?
     -Por supuesto, no sea que me fusiles.
     -No sigas por ahí, Ezequiel, sabes que nunca estaré de su parte, ¿qué quieres qué haga? Ahora mismo, en Alemania, o estás a favor de los nazis, o estás en su contra.
     -De acuerdo amigo, pero no olvides que yo, al igual que muchos más judíos dimos nuestra propia sangre por este país que ahora se ha tornado en un gran zepo para osos; y ya puedo notar como las puntas afiladas del acero se incrustan en mi piel, Ernest. En fin, ¿has encontrado ya la forma de ayudarnos a Hannah y a mí?
     -Más o menos. He intentado conseguir billetes de avión o de tren, pero todo esto se observa como deserción, por lo que es inviable. Tampoco se puede salir en coche, porque todas las salidas están vigiladas.
     -¿Qué solución hay entonces? –preguntó el judío, nervioso.
     -Atravesar la frontera a pie de noche. Por suerte Múnich está cerca de la frontera con Suiza, y allí ya tengo contactos que nos pueden ayudar.
     -Entiendo… ¿Y Cuándo?
     -Mañana, por suerte hay movilizaciones de tropas y la zona en concreto por la que vais a pasar estará menos vigilada. Además, como ahora yo tengo un cargo alto en el campo de concentración de Dachau, puedo hacer que la zona esté aún menos transitada de lo normal, pero no prometo nada.
     -Al final te tendré que dar las gracias, maldito nazi –Ezequiel esbozó una profunda sonrisa-. Supongo que con esto me has devuelto el favor que te hice en la batalla de Verdún.
     -Eso no cuenta, sabes de sobra que aquella granada no me hubiera matado –los dos rieron.
Era inconcebible como dos personas que se caían bien y que se querían mucho como buenos amigos que eran, podían estar separados por un abismo tan pequeño y a la vez tan grande. Curioso pensar que si tomas a dos hombres desnudos no hay ninguna disputa entre ellos y que son, sin duda, los uniformes y los pensamientos, generalmente impuestos por otros, los que hacen que se creen las diferencias, las barreras, las razas, cuando de por sí no las hay en ninguna parte del Mundo.
De estas cosas, entre otras, iba divagando Ezequiel mientras se ponía un uniforme de soldado que le había facilitado Ernest en la fría noche en la que esperaba conseguir la libertad que le correspondía por derecho.
Era ya de madrugada cuando Ernest comenzó a aproximarse a la frontera con su FIAT 508 Balilla de color negro. Iba a menos de veinte kilómetros por hora y no llevaba ninguna iluminación, tan sólo se guiaba por la luz de la luna menguante, por lo que estaban bastante bien camuflados frente a ojos ajenos. Cuando el bosque se hizo demasiado frondoso para la envergadura del vehículo, Ernest frenó el avance del coche y quitó el contacto. Tras un ligero ronroneo, el Fiat dejó de emitir sonido alguno.
       -Coged vuestras cosas y daos prisa –susurró Ernest, que tras dar un fuerte apretón nervioso al volante, salió al exterior.
Ezequiel y Hannah, no sin cierto miedo, abandonaron el coche. Nada más entrar en contacto con la noche, el vello de sus cuerpos se erizó: hacía mucho frío, tanto, que a Ernest no le quedó más remedio que coger un abrigo de Ezequiel que reposaba dentro del pequeño petate que portaba su mujer, la burda tela del traje militar no bastaba para combatir el frío de la noche alemana. Tras esto, comenzaron a adentrarse en la espesura del bosque, que se fundía con la oscuridad de la noche en una danza perfecta; sólo el sonido de las aves nocturnas y el de sus pisadas quebrando la hojarasca del bosque rompían el silencio de la noche.
Según Ernest, quedaban ya pocos metros para llegar a la frontera cuando unos ladridos de perro les hicieron frenar en seco. Aquellos ladridos provenían de su retaguardia y, para su desgracia, justamente de la parte en la que habían dejado el coche. Rápidamente, comenzaron a avanzar a buen paso, sin que les importara ya el ruido que pudieran hacer.
Los ladridos de los perros cada vez eran más cercanos, al parecer los soldados que pasaban por la zona los habían soltado para que cazaran a sus presas.
Ezequiel cogió el abultado fardo que portaba Hannah para que ella pudiera correr más fácilmente, con tan mala suerte que a los pocos metros se lió con una de las correas que servían de sujeción para la espalda y cayó al suelo. Su mujer rápidamente se dio la vuelta.
      -¡Hannah! Corre, no seas estúpida. Corre por tu vida, no le des el placer a esos perros de verte sufrir… ¡Corre!
Hannah insistió en ir a por su marido, pero Ernest la agarró del brazo y la lanzó hacia adelante. Después, con una gran muestra de fuerza levantó a Ezequiel de un golpe y le cogió el petate, seguidamente echó a correr en pos del judío, quedando así el último.
Como seis perlas danzantes, los ojos de los tres dobermans se hicieron ya visibles para los fugitivos. Sus bocas empezaron a producir gran cantidad de saliva a sabiendas de que un próximo festín podría estar muy, muy cerca. Ernest lanzó el bulto contra los perros, pero no acertó en su objetivo. Corrió mucho, pero la fatiga se fue adueñando de él y al final uno de los canes le alcanzó el tobillo, rápidamente, los otros dos perros se le tiraron encima también.
Pero Ernest era un hombre rudo y, con ayuda de un puñal de considerable tamaño que llevaba en el cinto, pudo deshacerse de los perros antes de que lo devoraran vivo. Ezequiel se acercó a por él y lo levantó a duras penas, echándoselo al hombro.
Siguieron avanzando, pero el alemán tenía los pies destrozados por los mordiscos del primer perro y no podía andar, por lo que se dejó caer en el suelo de nuevo. No muy lejos, unas voces alemanas proclamaban el alto.
     -Vete maldito judío, vete.
     -No te puedo dejar aquí Ernest, no puedo abandonar así a un amigo, a un igual.
     -Mejor que caben un hoyo a que caben dos, Ezequiel. Aunque bueno, siendo como son estos malditos nazis, seguro que nos enterrarían junto a los perros.
     -¡Vamos, levántate! –Ezequiel tiró de su amigo haciendo caso omiso, pero Ernest hacía fuerza para mantenerse en el suelo. Mientras, el sonido de las botas de los soldados se acercaba peligrosamente- No nos queda mucho tiempo.
El teniente de las SS blandió el puñal contra su amigo y le cortó en una mano.
      -Vete Ezequiel, o los cortes que haces en las orejas a tus clientes se quedarán en un cuento de niños.
      -Está bien. Pero dame esa cazadora. Si ven que eres alemán a lo mejor te perdonan la vida.Te quiero amigo –y se fundieron en un abrazo que quedó marcado a fuego en lo más profundo de sus almas.
      -No Ezequiel, hasta aquí he llegado, y prefiero morir como un judío a morir bajo el poder de la esvástica. ¡Huye!
      -Te quiero, amigo.
Cuando Ezequiel se alejaba, Ernest gritó:
            -Y no lo olvides judío de mierda, la amistad y el amor siempre prevalecen… la raza debe ser en realidad la verdadera esclava.
Ezequiel siguió corriendo mientras las lágrimas comenzaban a nublar su vista. Tardó poco en alcanzar a su mujer y juntos cruzaron la frontera, allí esperaba ya el contacto de Ernest con una furgoneta. Antes de subirse al vehículo Ezequiel se dio la vuelta.
El silencio de la noche fue desgarrado una vez más por una sonora carcajada de Ernest que, tras unos segundos, se convirtió en un grito que rápidamente fue sofocado por varios disparos.
El barbero comenzó a llorar, y sus lágrimas empaparon el suelo de Suiza con la fuerza de la libertad.
     -Adiós amigo, espero que en el otro lado nos dejen vivir a todos juntos como hermanos. Adiós amigo, adiós…