18:54 San Cebrián de Castro
-Sabes que no tenía otra opción –dijo
David, que ya no veía escapatoria alguna.
-Siempre hay elección –le respondió
Sara, que aunque apenas se podía tener en pie, tenía las energías renovadas que
le proporcionaba la ira.
-Déjame marchar.
La policía comenzó a avanzar hasta
David, que, desarmado, no vio otra opción que lanzarse por la ventana.
18:55 San Cebrián de Castro
-Estoy en San Cebrián de Castro,
pero no encuentro nada sospe…
Unos golpes en el cristal del
copiloto hicieron que Ángel se asustara y se le cayera el micro de la radio.
Era la madre del niño que casi había atropellado unos minutos antes. Ángel bajó
preocupado el cristal.
-¿Qué sucede señora?
-¡Acaba de caer un hombre por una
ventana! Creo que lo ha tirado otro que estaba con él.
Ángel se soltó el cinto, aquella
calle no tenía espacio suficiente para hacer un cambio de sentido con el coche
patrulla.
Se dirigió corriendo calle abajo,
siguiendo las indicaciones de la mujer.
18:55 San Cebrián de Castro
David cayó de pie sobre Mantis, lo
cual hizo que se retorciera el pie derecho y cayera de bruces contra el suelo
del jardín. Desorientado por el golpe, se puso de pie lentamente y cogió el arma
de la mano inerte de Mantis. Después, salió cojeando del recinto de la casa.
Pero a unos cuatro metros, una voz le comenzó a gritar que tirara el hacha. Era
Ángel, que ya le apuntaba con su pistola.
No podía correr, ni podía luchar
contra un policía armado.
18:55 San Cebrián de Castro
No iba a dejar que se le escapara,
aunque le ardía la cabeza, y tenía entumecidos todos los músculos de su cuerpo,
aquel hijo de puta no se le iba a escapar. Al abrir la puerta de la casa, el
sol le nubló algo la vista, pero pronto reconoció la voz de Ángel, la cual le
hizo sonreír. Sus labios se cuartearon y nuevos hilillos de sangre volvieron a
nacer de heridas que tardaría en llegar.
A los pocos segundos pudo ver
completamente la escena. David estaba en medio de la calle, con el hacha en
alto. A unos diez metros, Ángel ya se acercaba con el arma encañonándolo.
-Da… David –intentó saludar Sara,
levantando una mano.
Y David la vio, al principio no
logró recordar a su novia, pero cuando lo hizo sus ojos se abrieron, perplejos.
-¿Qué le has hecho, hijo de puta?
Sara, quédate ahí, ya me encargo yo.
-No, David, sólo yo he visto lo que
hecho.
Sara bajó las escaleras de entrada
mientras David ordenaba a la mujer que fuera a casa a llamar a la policía.
La compañera de Tomás salió de la
casa.
18:57 San Cebrián de Castro
David bullía por dentro, su cerebro
intentaba trabajar a toda prisa, como un ratón de laboratorio intentando
escapar de un laberinto. No sabía qué hacer, estaba totalmente vendido. Le
consolaba saber que, al menos, su amigo se salvaría de todo aquello.
-Yo no quería, ya lo sabes, él me
obligó –suplicó David.
-¡Que tires el hacha te he dicho! –exclamó
Tomás.
David se intentó acercar a Sara,
pero ésta levantó en seguida tu machete.
-Ya sé que te obligó, lo he visto,
pero nadie te obligó a secuestrar a Estrella ésta mañana. Lo hiciste porque
quisiste. Por el dinero.
-Tira el arma si no quieres acabar
como tu amigo –insistió David.
-¿Qué? –preguntó sorprendido David.
-Hace unas horas mataron a tu
compañero, que estaba intentado asesinar a un policía, Tomás. Tranquila Sara,
está fuera de peligro.
Aquella revelación le hizo
desmoronarse, soltó el hacha y se dejó caer al suelo. Al final, las lágrimas
comenzaron a brotar por sus ojos, aquellas gotas de sal que reflejaban su
culpa, pero que ya nada podían perdonar. Ya nada le importaba.
18: 58 San Cebrián de Castro
Se acercó aún más a David, para
esposarlo ella misma, no quería que otro policía fuera el que llevara a ese
hijo de puta a comisaría.
Feliz porque al final esa pesadilla
se había acabado, se colocó detrás de David imprudentemente, el cual,
desesperado, agarró de nuevo el hacha e intentó agredirle; pero Ángel, que en
ningún momento había bajado su arma, le disparó en el lado izquierdo del torso,
haciéndole caer hacia atrás. Con total seguridad, la bala le habría alcanzado
el pulmón.
Sara se quedó a su lado. David abrió
su boca, al parecer quería decirle algo, pero no podía apenas hablar, por lo
que se agachó a su lado.
-Mátame, por favor –le pidió. Sara
esbozó una media sonrisa.
-No… ahora llamaré a una ambulancia
y vivirás. Pero en unos meses desearás que esa bala hubiera acabado en tu
cabeza.
Sara se levantó a la vez que Ángel
llegara hasta su lado y la abrazara.
Se miraron a los ojos una vez más,
ambos con una emoción contenida que pronto comenzó a deslizarse por su casa. Y
se besaron. Se besaron sabiendo que poco había faltado para no volverse a ver
nunca jamás.