jueves, 22 de abril de 2010

Veni Vedi Morti

Pues esto viene a ser, que el otro día, cenando con mi novia y hablando sobre teatro (un tema muy recurrente para ambos), me planteé el desafío de escribir una obra de teatro. NO había pasado un día cuando ya trabajaba en una obra sobre la última semana de Vida de Cayo Julio César. Aquí os remito la primera escena. Una cosa más... escribir una obra de teatro es más difícil de lo que parece.

1º escena: (voz en off) 7 de marzo, seis de la mañana, casa de César
(Una habitación, con una cama, dos reclinatorios con una mesita en medio, un escritorio a un lado y como iluminación lo ideal sería alguna antorcha. En la cama, se encuentran echados César y Calpurnia)
César: (se incorpora repentinamente con los ojos cerrados) ¡Vercingétorix!
Calpurnia: (Se incorpora también asustada) ¡Qué ocurre mi César!
César: (agarra por el cuello a Calpurnia, pues sigue en su pesadilla) ¡Muere!
Calpurnia: ¡Auxilio! ¡Socorro!
César: Miles de romanos han muerto por tu culpa malnacido (saca un puñal de debajo de la almohada y lo blande contra su esposa)
Entra corriendo Publio y empuja a César lejos de Calpurnia. César entra en sí.
Publio: (mientras le arranca el puñal de la mano) ¡No, César, no!
César: ¡Por Júpiter! ¿Qué he hecho?... Son otra vez esas malditas pesadillas de la batalla de Alesia. Es insoportable, y un día va a ocurrir una desgracia. Lo siento mucho querida Calpurnia. Y todo lo agrava esta maldita herida de guerra (se señala el muslo), que me molesta de continuo y no me deja dormir.
Calpurnia: Menos mal que estaba Publio cerca para ayudarnos…
Publio: (inclinando la cabeza) Siempre a su servicio mi señora.
Calpurnia: Iré a por el brebaje que te preparó Antistio para estos sobresaltos (se levanta y coge un botecito del escritorio)
César: ¡Maldita sea! Mis viejos contrincantes me siguen dando guerra después de muertos. Qué barbaridad ¿eh Centurión?
Publio: Si.
Calpurnia: Yo me retiro y os dejo hablar a solas. Iré a tomar algo caliente. Buenas noches Publio (Publio asiente mientras Calpurnia abandona la escena)
Publio: ¿Qué le ocurre a mi comandante? (le agasaja los hombros)
César: Esta vieja herida de guerra (se señala el muslo) me sigue atormentando cuando se acercan los idus y me hacen tener estas pesadillas, temo que un día pueda ocurrir algo grave. En teoría los idus son días de buenos augurios, pero para mí, gracias a esto, son toda una pesadilla. El perro de Vercingétorix me dejo un buen recuerdo.
Publio: Mejor eso que morir estrangulado en público… ¿no?
César: Supongo que sí…
Publio: ¡Ay de los vencidos!
César: ¿No crees que fue algo humillante el arrastrar desde las Galias a Vercingétorix hasta aquí y matarlo en público?
Publio: Siempre ha sido así. El gobernante vencido debe seguir al vencedor en su paseo triunfal y morir en público. Es la tradición.
César: No se. Las tradiciones solamente nos devuelven a actos primitivos, salvajes. No muestran signos de evolución. Deberían cambiar. Actuando de esta forma no somos menos bárbaros que los malditos britanos.
(Silencio prolongado)
Publio: ¿Qué te recorcome la mente?
César: En que todo lo que hago en mi vida me recuerda a la guerra, El otro día, mis sirvientes cascaban nueces para preparar postres… a mí aquel sonido me recordaba al crujir de los cráneos galos bajo los cascos de mi caballo o de los huesos rotos bajo un lanzamiento de pilum o una descarga de mi gladius. Luego, en la cena, una copa de vino tinto se derramó por la mesa y me mojo la toga. Me recordó a cuando mi coraza se teñía de rojo al degollar a un adversario… vivo una constante pesadilla.
Publio: Vaya señor, es peor de lo que pensaba.
César: Me hago mayor Publio, mi espalda ya no aguanta largos días de marcha a caballo. Quizás la campaña que tengo en mente a Oriente sea la última. Quizás no debiera emprenderla. Me hago viejo.
Publio: No digas sandeces César, usted ha sido el único después del mismísimo Alejandro Magno de conquistar un territorio tan vasto… ¡Y lo que le queda aun! El águila imperial de Roma tiene aún que conquistar muchos territorios más.
César: El águila es vieja, va perdiendo facultades. Ya no es un depredador. Ya no es imperial.
Publio: César, si hay una única forma de conquistar Oriente, es contigo al frente de las legiones.
César: Puede que tengas razón. Por una parte tengo que abandonar Roma. La vida política no me sienta bien, me aletarga. Yo que se… el tiempo lo dirá. En fin, ya estoy mejor, viejo centurión. Puedes volver a tus aposentos.
Publio: ¿Seguro? (César asiente) ¡Ave César! (se va, dejando sólo a César)
César: (mirando al cielo) Bueno, Vercingétorix, tarde o temprano te acompañaré en el Hades, entonces podremos estar batallando por toda la eternidad sin que nada importe.
Calpurnia: (entra cabizbaja) ¿Decías algo César?
César: Nada querida esposa… conjeturas nada más.
Calpurnia: ¿Estás mejor?
César: Mucho mejor Calpurnia, por favor, vuelve al calor de mi lecho.
Calpurnia: ¿También le dices eso a la zorra de Cleopatra?
César: ¡Oh, por favor, Calpurnia! Sabes que lo de Cleopatra fue un mero trámite para tener un descendiente…
Calpurnia: ¡Yo no tengo la culpa de no poder tener hijos! Además, vale que sea la madre de tu heredero, pero no creo que sea necesario tenerla que hospedar en Roma. ¡Me ofendes!
César: Lo siento Calpurnia, pero necesito ver crecer a mi sangre. Sabes bien de sobra que eres la única mujer a la que amo (le da un único beso, pero fuerte y pasional).
Calpurnia: Entiende que no me siente bien, Tengo miedo de que me abandones. Cada vez que abandonas el palacio temo que vayas al calor de sus abrazos, al roce de sus senos, de su cuerpo joven.
César: Te entiendo, pero por favor, no tengas ese temor…
Calpurnia: No es el único que tengo.
César: ¿Qué más te atormenta?
Calpurnia: El que te niegues a llevar escolta por la ciudad. Cualquier loco o desalmado, en busca de dejar su huella en la historia, puede matarte.
César: ¡Solo los tiranos van por la ciudad con escolta Calpurnia! Además, ten en cuenta que yo ante todo soy soldado, siempre voy por la ciudad de una forma prudente. Podría defenderme perfectamente del ataque de un lunático. Además, no estoy solo, Publio casi siempre me acompaña.
Calpurnia: Pero…
César: Buenas noches Calpurnia. Durmamos, mañana tengo que presidir, como pontífice máximo, un sacrificio público.
Calpurnia: Escúchame…
César: Buenas noches…
(Se apagan las luces)

viernes, 2 de abril de 2010

La urna y la lluvia

Si, yo, los 365 días del año, puedo decir con orgullo que pertenezco a la Real Cofradía del santo Entierro, aunque sólo se dediquen unas 7 horas de un día de todas esas decenas de días, e incluso que una gran parte de los años se suspenda y no podamos procesionar, pero para mí es y será la mejor procesión de la Semana Santa Zamorana. El motivo es bien sencillo.
Considero todo un honor el colocarme sobre mis hombros la túnica negra de terciopelo que utilizaba mi abuelo para desfilar en esta cofradía (de los primeros afortunados), atarme al cuello el ímpoluto pañuelo con la urna bordada en él, y colgarme mi medalla, con un número mucho más alto que el de mi abuelo y mi tío, pero que aún así tengo la esperanza de que este número, el 1952, me otorgue el honor de ser mayordmo en esta antigua cofradía algún día.
Si para muchos intelectuales es un placer dar un paseo por el museo del Prado o por el Loubre, para mí lo es caminar al lado del "Caballo de Longinos" o de "la Conversión del centurión" acompañados por las mejores bandas de música y mirar a la cara de esas imágenes y sentirte parte de la historia (ya fuera o real o ficticia, que no por ser todos cofrades quiere decir que creamos).
Puede que no llevemos metralletas ni ningún tipo otro arma como los soldados que escoltan "La urna", pero todos deberían saber de seguro que si alguien atentara contra algún paso nuestras varas coronadas con la cruz y la sábana santa, darían cuenta de ello.
Lo primero que hace un hermano de esta cofradía cuando comienza el día es mirar por la ventana, y hacer su propia predicción del tiempo, que siempre suele ser optimista. Y siempre, aún sabiendo que el Viernes Santo es un día de luto, un día triste, y que la lluvia bien puede ser una forma de espresar el dolor de una madre por su hijo muerto injustamente, te invade una tristeza inmensa cuando comienzas a ver, en las túnicas de tus hermanos, como pequeñas gotas de lluvia van calando el terciopelo, como los cargadores aumentan el ritmo para poner a salvo los pasos, y como, anuque parezca irreal, las gotas de lluvia se convierten en lágrimas y empiezan a correr por las mejillas de María, Magalena, Longinos, y el propio Jesucristo. Es entonces cuando tú, resignado, te quitas el caperúz, bajas la cabeza, y echas maldiciones a diestro y siniestro. Siempre queda la esperanza de que deje de llover, pero para cuando el cielo ya se ha despejado, los pasos ya están durmiendo, esperando al siguiente.
Pero esto ocurre los años malos; los buenos, disfrutas con el paseo a lo largo y ancho de la ciudad, y, aunque estas oficiando y escoltando un entierro santo, lo celebras, pues en verdad, la muerte de cristo supuso una salvación y es motivo de celebración, y te ríes con tus compañeros mientras conversas con la gente que ve la procesión, haciendosela más amena. Lo celebras con tu familia cuando descansas, compartiendo una gran merienda con un telón de fondo espectacular: el castillo y la catedral. Sonríes cuando los pasos están de nuevo en su hogar, y felizmente te quitas el caperuzo y ves como el resto de congregantes sonríen, se felicitan, y se desean salud y volver a estar hombro con hombro el año que viene.

Esto es lo que se siente... y es lo que quiero seguir sintiendo