lunes, 31 de diciembre de 2012

El Discurso del Rey Soberano





     Estamos en Navidad, y muchas maquinarias se paran, incluso las rotativas de los periódicos, pero no así ocurre con los engranajes de la televisión y del Séptimo Arte. Antes, por lo que me consta, las fiestas navideñas se quedaban entre las cuatro paredes de casa, se ponía "la uno" y se veía lo que hubiera, más que nada porque no había más canales, lo que incluía, por supuesto, ver el mensaje de Su Majestad el Rey o, si nuestra retrospectiva es más amplia, del propio Generalísimo. Por entonces, en una década u otra primaban en la tele y en los cines películas hogareñas y familiares de calidad, como son las que versaban sobre textos bíblicos o del corte del querido Paco Martínez Soria, lo cual incitaba a la unión, a cantar villancicos, etc. Se abogaba por la familia, por unos valores que se perseguían de por vida y, por qué no decirlo, el que se hayan ido perdiendo es culpa, en parte, de la propia industria del entretenimiento y de la mala calidad de la televisión y el cine en estas fechas.
     Cómo me dice mi abuelo, antes era sagrado estar en casa, ahora, como quién dice, la gente está deseando acabarse el "Ferrero Roché" y la copita de "El Gaitero" para ir a la tasca de costumbre a emborracharse porque "es Navidad", os puedo asegurar que ver a vuestra abuela con una copa de más es más gracioso que llamar a la ambulancia porque tu amigo del alma se ha bebido hasta el agua de los floreros.    Y esto no ocurre sólo en Navidad, cada vez se aprovecha más cualquier festividad para darle al bebercio, con los correspondientes accidentes; al final se beberá hasta las tantas de la mañana del día de la madre, eso sí, la cogorza en honor de la mamá, que llevará desde las once en la cama para poder estar despierta para trabajar y pagarte a ti el resto de tus fastos.
     No estoy diciendo que haya que volver a la época de posguerra ni mucho menos, porque claramente el modelo está obsoleto... si ya se jubiló al calvo de la ONCE, bien podría hacerse lo mismo con Raphael. José Mota ya lo está haciendo con sus especiales de Nochevieja, pero si se quiere volver a atraer a las nuevas generaciones al calor del brasero navideño hacen falta mejores cosas en la televisión que Miguel Bosé cantando Los Peces en El Río en riguroso diferido.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Del caballo de Muybridge al pony de Bilbo



     La persistencia retiniana es el fenómeno por el cual el ojo deja de percibir las imágenes como independientes y les da una fluidez, lo que crea el movimiento, que a su vez forma la mecánica básica del cine, y esto es así desde que este se creó a finales del siglo XVIII, por mucha tecnología que haya ahora, la magia que sigue creando el cine sigue siendo este fallo físico humano, al igual que otro fallo posibilita el 3D, pero eso es otra historia.
     Según Plateau, el precursor de este descubrimiento, son necesarias diez imágenes por segundo para crear este efecto, pero, ya en los inicios del cine se usaban entre doce y dieciséis fotogramas por segundo (también llamados más apropiadamente frames), esto, aparte del cine, tuvo sus usos científicos, como fue el caso del caballo de Muybrige, cuyo propósito ni más ni menos era saber si las patas de un caballo se mantenían todas en el aire en algún momento del galope, fijo que alguno de ustedes sigue pensando que no.
Pero esta cadencia no es suficiente para crear una fluidez natural en el movimiento, de hecho todas las películas de principios del XIX nos dan esa sensación de cámara rápida.
     No fue hasta el final de la etapa muda entorno a 1930 cuando se pasó a los actuales veinticuatro fotogramas por segundo, veinticinco en el caso la televisión, pero eso ya tiene más que ver por la transmisión eléctrica y es una cosa aburrida que, espero, no tengáis que aprender nunca.
Como podéis ver la hegemonía de este mecanismo no se ha visto perturbada hasta la aparición de "El Hobbit" que ha propuesto pasar al doble de cadencia de imágenes, es decir, a cuarenta y ocho fotogramas por segundo, aunque esto, en el mundo del videojuego no es nada nuevo, ya que algunos van a más de cien fotogramas por segundo, pero al ser imagen digital, es otra cosa.
     A quién pueda quedarle dudas este nuevo avance yo le animo a probarlo, hay diferencias, y la textura de imagen que había con veinticuatro fps se pierde, pero para películas de este tipo donde premia la espectacularidad y se hace una oda a los movimientos de cámara y a la épica, los cuarenta y ocho fotogramas por segundo ofrecen un auténtico lavado de cara al cine y, creo que no me confundo afirmando que esto ha llegado y se va a quedar aquí, aunque exige unos minutos iniciales a nuestros ojos para acostumbrarse, qué menos, ¡llevamos casi un siglo viendo cine de la misma forma!

viernes, 14 de diciembre de 2012

El Hobbit y la nueva revolución del cine





     Hace unas horas fui a ver El Hobbit con más miedo que un niño en su primera vez en el dentista, muchas críticas nefastas alumbraban con luz oscura la película, y mis propios pensamientos tampoco hacían presagiar nada bueno, por suerte, me equivoqué, y mucho.
     El primer inconveniente que creía que se iba a producir es el del asunto de los 48 FPS y, ciertamente desconcierta los primeros minutos, hasta que nuestro ojo se acostumbra, pero ciertamente supone una gran mejora que espero que se implante definitivamente a lo largo del tiempo, es el futuro, sobre todo para el 3D, que lo logra camuflar por fin totalmente, introduciéndote totalmente en la película y dando un realismo que los 24 FPS no lograban ni lograrán nunca, ya que técnicamente es imposible.
     El segundo iba a ser que el texto del que parte era mucho más exiguo que el de ESDLA, por lo que era de esperar que diera lugar a una película soporífera, que, dada sus secuelas, no podía permitírselo, en ese aspecto también me equivoqué, pero gracias a que Peter Jackson ha intruducido unas cuantas tramas que en el libro original no aparecen, como la de Radagast el Pardo o la del Némesis de Thorin, así como la charla entre Saruman y Gandalf, entre otras. Todo esto sirve sin duda para dejar puertas abiertas a las demás películas que el libro en sí no podía tener dado que es una pieza única y para poder darle un ritmo que el texto original tampoco tiene. Equiparando, aunque no se debería entrar en comparaciones, El Hobbit tiene un ritmo a caballo entre La Comunidad del Anillo y Las Dos Torres. Aún todo esto, hay escenas que deberían haber sido más cortas, con dos horas y algo esta película hubiera resultado mejor parada.
     El tercer y último inconveniente era el tono de la adaptación, ya que El Hobbit es mucho más infantil que El Señor de los Anillos, aunque se comparten personajes, pero Peter Jackson ha sabido salir al paso bastante bien, y se ha sabido reír de la película en los momentos indicados, hasta se ha permitido una canción con cierto tono Disney que a mí, personalmente, me ha agradado.
     Saltados estos resortes ya sólo queda sentarte a disfrutar de los bellos parajes de la película y los grandes escenarios. En esta primera parte descubrimos Erebor, que es soberbia, y que seguramente será ampliamente explotada en las siguientes partes. La fotografía de esta saga siempre ha sido muy correcta, pero en esta se antoja demasiado artificial, puede que sea por la nueva tecnología, pero hay veces que todo puede resultar hasta falso. Es en este instante cuando nuestros oídos ocupan la atención de nuestro cerebro y nos advierten de que el sonido que llega a nuestros oídos es excelente y, ciertamente, Howard Shore se podría decir que ha dejado toda su alma en esta película y ha dotado de vida musical a cada uno de los elementos de la película, desde Gandalf hasta una "mísera" espada, sin dejar de lado el tema central, cuya base es el ritmo de la canción solemne que canta Thorin al comienzo de la película.
     Una vez más, Andy Serkins pega un toque de atención a las altas esferas con una exquisita actuación con Gollum, que entrega a la película una de las secuencias más ricas en cuanto a interpretaciones y tensión dramática. Nuestro nuevo Bilbo, Martin Freeman da perfectamente el pego como Hobbit, con ese aire inglés de clase alta que tienen los medianos, y a un artomentado Richard Armitage en la piel de Thorin, que seguramente crecerá en las partes futuras. Tenemos también a un Sir Ian McKellen de nuevo como Gandalf, aunque bien diferenciado del visto anterioremente, ya que aquí tiene un papel mucho más paternal. Para el resto, sinceramente, no hay tiempo, hay demasiados personajes y poco tiempo que perder, por lo que sólo hay pequeños destellos de uno u otro.
     El Hobbit no es una película redonda, pero plantea unos buenos cimientos para las siguientes entregas, que, esperemos, no defrauden a todos los seguidores de la Tierra Media        




Y fueron felices y comieron perdices






     Ir a cenar, dar un paseo por el río, patinar, charlar en un bar, pueden ser formas de iniciar una bonita relación, pero si escoges bien la película y el acto anterior o posterior, lo mejor para un primer encuentro en la adolescencia o en una pronta madurez sigue siendo ir al cine, aunque cada vez sea la opción más cara, por desgracia, como ya pasa con el teatro. Porque, se quiera o no, es la forma más barata de viajar juntos a un destino que puede haber decidido cualquiera de los dos (si invita él, que elija ella, y viceversa, obviamente) y que puede ayudar a conocer al otro de una forma que hablando nunca sacaría a la luz.
            Este tipo de cita puede desarrollarse de varias formas:
            a) Que surja el “amor” en la película: normalmente se va a la sala a lo que se va, y no se tiene mucho cuidado en la película a ver, bueno, sí se tiene, pero se investiga la sala en la que menos gente va a haber, no importa el género, ni los actores ni el director. Estas parejas no suelen durar mucho, son efímeras, como los gags de las películas de Adam Sandler.
            b) Que surja el amor, parte dos: pareja que se llega a besar en la película pero que lo hace románticamente, sin fogosidad y sin tirar las palomitas, suele ir a ver la típica comedia romántica que tiene un tres en Filmaffinity, una de Mario Casas, por ejemplo, la chica ve al mozo este sin camiseta y, como no tiene nada mejor a lo que agarrarse, pues amarra al chico que tiene a su lado, y éste tan contento. Estas parejas pueden prosperar si la segunda peli que van a ver es más seria, sino, chungo.
            c) Que sea el germen del amor: ambos conocen sus gustos y ven una peli objetivamente seleccionada, no piensan en besarse, si acaso adoptan una pose afectuosa. Lo que importa es la película y con quién se está viendo, esto propiciará que a la salida haya un gran tema de conversación, pues el cine puede derivar a muchos temas de conversación muy dispares. Esto provocará un deseo por saber más del otro, y dará pie a una segunda cita. Por experiencia, estas parejas duran más, miran más el uno por el otro, por el placer a largo tiempo y no por el inmediato.
            Y tú, ¿Que senda de baldosas escoges en tu primera cita?

P.D: la foto es un fotograma del primer beso que se vio en el cine, en 1896

sábado, 8 de diciembre de 2012

Peter Jackson no siente los colores





     Por mucho que le pese a los tolkianos, es decir, a los amantes de la Tierra Media, la trilogía adaptativa del Señor de los Anillos (en adelante ESDLA) fue muy buena, exceptuando, tal vez, la desaparición de Tom Bombadil y alguna cosa más. Por lo demás, se crearon tres pequeñas obras maestras gracias a tres grandes obras literarias. Pero no nos engañemos, el Hobbit no es ESDLA, primero, por el número de páginas, segundo, por la calidad literaria.

     No debemos olvidar que este prólogo de ESDLA fue escrito más bien como cuento infantil, por lo que no tiene ni la seriedad ni la épica que su predecesora, con todo esto quiero decir que un libro de apenas trescientas páginas no puede dar cabida a tres películas, y menos si cada una de estas dura tres horas. El porqué de segmentar esta aventura en tres partes tiene un porqué que todos sabemos: el dinero.
   ESDLA aún da dinero a Peter Jackson, bien sea por derechos de explotación de los films, bien sea por el merchandising (que nada tiene que envidiar al de Star Wars). El director esta vez tan sólo quería producir la película y llevarse después la saca con todos los dineros, pero la jugarreta le ha salido mal y, vaya, le ha tocado dirigir la empresa de nuevo, empresa que, por cierto, se proyectará a 48 fps, la primera vez en la historia, como hiciera otrora   James Cameron con el 3D.
     Nadie duda de que la película tendrá una calidad técnica superior a la trilogía anterior pero, si el texto del que partes es inferior a la historia que quieres contar, en algún momento algo fallará, y la bola de nieve se irá haciendo más grande. También puede haber optado por adaptar cada punto y coma del libro, pero ciertamente este tiene muchas, muchas canciones, por lo que esto se podría convertir en un musical de Disney. Además, quién haya leído el Hobbit sabrá que el tono literario es mucho más infantil y cómico que ESDLA, pero seguramente lo haya cambiado para estar acorde a la trilogía que le encumbró al éxito, por lo que por mucho que adapte las acciones, el alma de los personajes no será la misma.
    Todo esto son suposiciones, claro, Peter Jackson está en la celda y su vista para sentencia está cerca: el 14 de Diciembre, su juez es múltiple y no conoce la misericordia, veamos qué pasa.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Celuloide





            Marcos metió la fregona en el cubo, escurrió y volvió a batirla contra el suelo, al igual que las anteriores quinientas veces, había manchas pegajosas de coca cola, de pisadas, y de otras cosas que mejor no querría saber su origen, todas cosas sólo podían juntarse ahí, en una sala de cine y, concretamente en esa, en la 6, de apenas doscientas butacas y a dónde se iban relegando las películas de menor fuste, hervidero de primeras pajillas, de primeros besos a escondidas, y de gente a la que le gustaba que hubiera poca gente en la sala, aunque ambos factores no se llevaban muy bien, exceptuando los viejos verdes que iban a mirar el panorama, menuda fauna la de la sala 6.
            Después de pasar el mocho, que sólo era el principio, fue a limpiar los restos de sal de la máquina de palomitas, aquello era peor que la grasa de una freidora de patatas.
            Marcos estaba sólo en el cine, y pese a todas las risas que se producían allí dentro, en penumbra, sin el olor a palomitas y sin niños haciendo el tonto por las escaleras, aquel sitio daba miedo.
            Tras dejar todo en el trastero se dispuso a cerrar la sala de proyecciones, dónde además guardaba su cazadora. Aquella sala era la más angosta, todos los proyectores estaban juntos y aún la sala estaba caliente, reticente a dejar escapar el calor producido por aquellas máquinas, que se resistían a abandonar el celuloide para dar paso al digital. Fue entonces cuando un reflejo entró por la ventanilla de uno de los proyectores, concretamente el de la sala 6, la de apenas doscientas butacas, la que albergaba películas de menor fuste y era el hervidero de las primeras pajillas.
            Apartó un poco el proyector y miró por el pequeño cristal; allí abajo, entre aquellas doscientas butacas, le pareció ver a una chica sentada. Marcos se asustó un poco, no debería haber nadie allí, por lo que bajó rápidamente las escaleras. Por el camino pensó que a lo mejor era Teresica, la hija del jefe, y que iba por allí cuando quería y hacía lo que le daba la gana… era también una usuaria de la sala 6.
            Entró con el corazón en un puño, aquello era más emocionante que cuando en medio de la película se iba el sonido y nadie tenía ni idea de cómo arreglarlo. Allí no había ni el tato. Se sentó un momento en la primera butaca que pilló, era la primera vez que se sentaba en toda la tarde, la verdad es que eran cómodas, era de entender que hubiera gente que se durmiera allí.
            Se comenzó a oír un fuerte murmullo en el pasillo, y antes de que Marcos pudiera moverse, empezaron a entrar muchas personas en la sala, vestidas con trajes elegantes, guardapelos, chisteras, bastones dorados, etc, lo que podría parecer la alta burguesía de primeros del siglo XX. A su lado se sentó una chica más bien joven, con un vestido largo de volantes y muchos colgantes de perlas, tenía la cara empolvada, y resaltaba mucho un lunar en su pómulo derecho; le sonrió mientras abría un abanico y comenzaba a airearse. Miró a su alrededor: gente impaciente, hombres importantes hablando de petróleo y de las últimas escrituras de Rubén Darío.
            Paralizado, porque no tenía ni idea de que cojones estaba pasando, empezó a morderse las uñas, pero al ver que su joven acompañante no aprobaba aquello con la mirada, paró de hacerlo. Las luces se apagaron y el proyector comenzó a disparar sin cesar unas imágenes que le resultaban más que familiares, pues cual fue su sorpresa cuando en la pantalla de aquella pequeña sala sexta se comenzaron a desfilar a una cadencia de dieciséis fotogramas “El viaje a la Luna” de George Méliès. Cuando el último cuadro desapareció de la pantalla, la luz volvió a la sala, y todos comenzaron a murmurar. Marcos, emocionado, le dijo a su acompañante que aquella película le gustaba mucho y que la había visto muchas veces, ella, sorprendida, le dijo que era la primera vez que aquello se veía en el cine.
            A Marcos, sorprendido, tan sólo se le ocurrió decirle que era amigo de Méliès, de ahí que ya la hubiera visto. La muchacha, que se hacía llamar Isabel abrió los ojos como platos, y enseguida había mucha gente interesada en su persona, sobre todo hombres de buen año, con grandes bigotes y ojos pequeños, preguntándole si sabía cómo se habían podido hacer los efectos de la película.
            Apabullado, Marcos dijo que se tenía que ir, que no podía acompañarles ese día a tomar un café. Pero Isabel, que desprendía belleza por todos los poros de su cuerpo, le pidió que si podía quedar mañana con ella y unos amigos en el cine, para después hablar de arte. Marcos no tuvo más remedio que aceptar a quedar con Isabel a esa misma hora al día siguiente, en aquella sala 6, de apenas doscientas butacas, dónde se iban relegando las películas de menor fuste, hervidero de primeras pajillas, de primeros besos a escondidas, y de gente a la que le gustaba que hubiera poca gente en la sala.