domingo, 19 de diciembre de 2010

Henry Morgan

Había una vez un pirata de mal agüero llamado Henry Morgan, que surcaba con malicia el Mar Atlántico. Viajaba con sus borrachos compañeros en el barco llamado: El alma del Océano. Era un buque magestuoso, con tres filas de cañones, tres mástiles, limpio y pulcro; además la bella figura de una sirena, con un orbe precioso entre las manos, estaba colocada en proa y le confería un toque de distinción realmente bello.

Diréis que un barco de tal talla no es propio de un pirata, pero digamos que Henry lo había tomado prestado a la armada española. Su verdadero buque, La Estrella del Crepúsculo, estaba atracado en Cádiz, seriamente dañado y en manos del Imperio Español. Se lo habían logrado quitar en verano de 1666, pero gracias a su astucia de pirata, había logrado robar el buque insignia de la armada hispana.

Ahora se dirigían precisamente a Cádiz, a robar... ¡qué demonios! a recuperar su antiguo barco. Si lo lograban conseguiría tener dos barcos, y según sus planes en un par de años tendría una flota suficiente como para poder ejercer la piratería de una forma que lo haría rico... incluso podría trabajar para algún país; en su mente ya se veía lleno de riquezas y su nombre recorriendo todo el Mundo. Si lograba tener el respaldo de algún país, su cuello se vería a salvo. A decir verdad, tenía ganas de un gran asalto en el Caribe… a Puerto Príncipe… Portobello… podía ser algo grande.

Un día por la noche, la noche que atacarían el puerto (algunos aliados esperaban en la ciudad, listos para sabotear los cañones que defendían la ciudad, lo que haría el asalto más fácil) se encontraba en proa, bebiendo como no, una botella de ron. Estaba algo aguado, ya que no quería estar borracho en el momento del ataque.
De repente, el orbe de la sirena se iluminó. El pirata se restregó los ojos, incrédulo ante tal imagen. Aquella luz aperlada se fue estirando por toda la figura y de pronto estalló. Cuando logró abrir los ojos, la sirena estaba sobre la balaustrada, mirándole. Sus cabellos rubios recorrían todo su cuerpo, y unos bellos ojos marrones le miraban fijamente.

-Hola Henry –dijo la sirena con una voz mística.
-Ho… ho… hola. Vaya, menos mal que el ron estaba aguado. No volveré a comprar este maldito brebaje en Maracaibo. Voy a ver si los demás también tienen alucinaciones… -dijo mientras se daba la vuelta.
-Henry, no soy una alucinación. Vengo a prevenirte.
-¿Prevenirme? ¿de qué?
-Tus aliados en la ciudad de Cádiz no lograran derrotar a las defensas españolas.
-¿Y qué debo hacer?
-En vez de entrar silenciosamente, ataca con todos los cañones de proa coincidiendo con el embiste de tus aliados.
-Pe, pero… -balbució sin dar crédito aún a lo que estaba oyendo- Puede que mate a alguno de mis aliados.
-Puede, pero si no lo haces, ten seguro que no verás otro amanecer –sentenció mientras volvía a su lugar en la proa del barco- Adiós Henry. Nos volveremos a ver pronto –su cuerpo se empezó a convertir de nuevo en madera.
-¡Espera! ¿Cómo te llamas? ¿De dónde vienes?
-Soy Nínive, sucesora del rey tritón Lurian –y su cuerpo se terminó de transformar.

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