jueves, 9 de diciembre de 2010

Ajax





Ajax corría fugazmente por la ladera del monte Athos. Tenía que abandonar ese lugar antes de que cayera la noche, si no sería presa fácil de los cíclopes. En un pequeño saco llevaba una reliquia que le habían pedido los oráculos de su poblado; la había robado nada más y nada menos que de la guarida de Polifemo.

Exhalaba ya profundas bocanadas de aire debido al cansancio de su recorrido, cuando un árbol fue derribado delante de él. Inmediatamente, un enorme cíclope emergió de detrás; al parecer, que hubiera asesinado a su líder, Polifemo, no les había sentado nada bien.

Sin más demora, el gran monstruo cogió el árbol y lo empezó a zarandear contra él como si fuera un garrote. Ajax se retiró con premura mientras desenvainaba su Kopis (tipo de espada griega de gran filo).

Andaba en esas cuando un segundo demontre hizo su aparición: debería darse prisa si no quería que llegara un tercero.

Las dos bestias gruñían henchidas de ira, y se abalanzaron contra él. Ajax dio un salto a la vez que unas alas de rapaz le salían de la espalda. Aterrizó en el lomo del segundo cíclope. Dio gracias a que aquellas bestias tuvieran tan poca puntería y que su táctica funcionara, ya que el primero al intentar darle con su improvisado garrote, estampó el árbol contra su aliado, que cayó fulminado. Uno menos.

Su último enemigo, más lento y algo afectado por la muerte de su compañero, intentó alcanzar sin éxito de nuevo a Ajax con el garrote, que, ágil cuan halcón, zigzagueó entre el montón de ramas y con un golpe seco decapitó a su enorme adversario, aunque no pudo evitar llevarse un zarpazo en un costado.

Tras un corto descanso en el que limpió su arma para volverla a envainar, decidió seguir su camino, el ocaso ya amenazaba en el horizonte y la herida no dejaba de sangrar.

Llegó bien entrada la noche a su poblado. Allí, en la oscura cabaña de los oráculos, dejó caer la pesada bolsa en una robusta mesa de madera, y esperó su recompensa.

Uno de aquellos sabios hombres abrió la bolsa. Pesada y viscosamente cayó el gran ojo de Polifemo, que según sus hipótesis, serviría para ver el futuro.

Antes de darle la recompensa, le ofrecieron un brebaje hecho en su mayor parte de las mejores uvas de la polis, que, según ellos, le curaría las heridas. Mientras bebía ávidamente, amplias sonrisas se esgrimieron en las caras de aquellos hombres, luego, todo se tornó en sombras, y al final, oscuridad.

-¡Mierda! -Gritó Alex, presionando furiosamente los botones del mando de la videoconsola, ya que se había quedado a tan sólo cien puntos de lograr el récord.

Su mente fría y calculadora había podido contra todos los enemigos posibles, pero no había logrado ver el peor de todos: la traición

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