martes, 21 de diciembre de 2010

Año 2112

Un chico de temprana edad, no más de 15 años, camina sobre una superficie vasta de césped artificial, sobre él varios arbustos (también de plástico) y árboles decoran aquella falsa estampa. Tras caminar unos minutos, llega a un banco hierro en el cual se sienta. Alza la vista al horizonte y saca un dispositivo electrónico, en el que empieza a escribir con un puntero:

“Mi bisabuelo está bastante enfermo, y, aunque la medicina de hoy en día ha evolucionado magníficamente, aún no se puede luchar contra el tiempo. Esta tarde, mientras miraba la fina línea del horizonte por el ventanal, ensimismado por el anaranjado amanecer, mi bisabuelo despertó de su sueño producido por calmantes y me empezó a contar como había sido él cuando tenía mi edad.
Me dijo que por entonces, las carreteras no inundaban todo el país, y que se podía caminar por doquier entre la naturaleza, junto a los animales, no junto a las imitaciones que había en la mayoría de los lugares ahora. En los siguientes minutos me puso verde, y, con ayuda del mando de la cama, lo tuve que incorporar pues del enfado que tenía por el cambio de los tiempos se estaba ahogando.
Después de eso, me dijo que por mucho que la humanidad había intentado no cargarse el planeta, una doble moralidad incitaba a ello, y que de demonios servía alargar la vida, si esos años de más eran falsos totalmente. Su clave para cambiarlo todo, era que todos nos dejáramos de mirar a nosotros mismos, aunque admitía que eso se había hecho desde que el mundo es mundo. Según él, si eso no cambiaba, cambiar todo lo demás no haría sino condenar todo lo que hubiera sobre la faz de la tierra.

Una ligera brizna de aire impactó en el chico: una mezcla de aromas falsos y vapores industriales se acumularon en su olfato. Todo aquello no hizo sino reafirmar lo que su bisabuelo manifestó. Por conclusión, guardó el archivo en un formato apto para su diario y comenzó a desandar su camino, no sin dar antes una patada a uno de los arbustos falsos, aunque con la cabeza gacha, sumiso e inofensivo ante la situación.

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