lunes, 9 de mayo de 2011

Por dinero



"Los que creen que con el dinero puede hacerse cualquier cosa son los que indudablemente están dispuestos a hacer cualquier cosa por dinero"

Edine P. Beauchêne

Año 2013:


Shalim, un niño de raza árabe se encuentra jugando en las afueras de Trípoli junto a otros niños con un  balón de fútbol que en su día tuvo forma esférica. Le había tocado de portero, algo que no le agradaba pues su visión no era lo buena que debiera ser y como consecuencia sus reflejos no eran nada del otro mundo. 
Abdul, el delantero contrario, que era el doble de grande que Shalim, se acercó peligrosamente a la portería de nuestro amigo, que no vendería barato aquella portería marcada entre dos grandes piedras.
Cuando estaba a pocos metros, la gran mole chutó... disparó tan fuerte que a Shalim no le dio tiempo ni a pestañear, obviamente fue gol.
Mientras el equipo celebraba el gol, y su equipo le reprendía, se encaminó a por la pelota, que aún se alejaba dando botes. Finalmente, el "esférico" frenó su particular viaje en un pequeño arbusto, cosa que Shalim agradeció. Cual fue su sorpresa cuando a la vez que cogió el balón se llevó consigo también una pequeña bandolera, que tenía restos de sangre y una bandera americana bordada en la parte frontal.
Tras la sorpresa inicial, decidió no llevársela consigo en ese momento, pues lo más fácil era que entre todos sus amigos se la quitaran.
Cuando el pequeño partido acabó, Shalim se retrasó con la excusa de atarse las zapatillas. Nadas más perderse la columna de muchachos en las primeras casas de la ciudad, Shalim corrió hacia el arbusto: no importaba que le hubieran metido quince goles en media hora, sabía que había encontrado un pequeño tesoro.
Con un ansia pasmosa, cogió la pequeña mochila y la ocultó como pudo en su pequeño cuerpo bajo la camiseta, acto seguido, corrió hacia su casa, no muy lejos de allí.
Shalim no pertenecía a la clase social pobre, pero tampoco era de la clase alta: su padre trabajaba en una cadena de montaje de piezas de motos americana y su madre remendaba ropa en una tienda de costura, lo suficiente para llevar una vida más que digna en aquel lugar.
Cuando llegó a su casa no había aun nadie, ya que sus padres acababan su turno al caer el sol, para lo cual faltaban un par de horas.
Impaciente, volcó todo el contenido de la bandolera encima de su cama; no había demasiadas cosas, pero las pocas que había eran de lo más impactante: una pequeña pistola, dos cargadores, unos cuantos botes llenos de píldoras y una hoja doblada que también tenía alguna señal de sangre.
Tras desdoblar el folio, descubrió una extensa carta, escrita con letra pequeña y con un trazo irregular, parecía escrita con prisa. No pudo leerla pues estaba en americano, pero estaba firmada por un tal Patrick y tenía como remitente a una mujer llamada Emily. Esperaría a que su padre llegara para leerle la carta, ya que el, debido a su trabajo, se defendía bastante bien con el americano.


A las dos horas llegó la madre del chiquillo, que no dudó en reprenderlo duramente por haber recogido aquello, ya que podría haberse hecho daño según ella. A pesar de la bronca, él seguía impaciente por saber lo que contaba aquella misteriosa carta.
Su padre también tomo cartas en el asunto y, tras darle otra charla al muchacho sobre la responsabilidad, charla que se repetía desde hace unos años, se fue a la cama enfadado e indignado: en su cabeza se había imaginado aquella situación de una forma diferente, quién sabe, la carta podría revelar el paradero de dinero escondido o algo así.
Mientras, en la habitación del matrimonio Al-Ramma, Rassif, el Padre de Shalim inspeccionaba a fondo la bandolera, que supuso que habría pertenecido a un soldado americano de los que el año pasado habían ayudado a expulsar a Gadafi del lugar. Tras contemplar los objetos que horas antes había admirado su hijo, leyó con detenimiento la carta:


Querida Emily:


Te escribo estas líneas desde un pequeño zulo a las afueras de Trípoli. Gracias a Dios nos hemos podido esconder aquí unos cuantos soldados en una emboscada por parte de los insurgentes. Este sitio está lleno de mierda y droga, un asco. Puedo escribir esto gracias a una pequeña luz de aceite que hay en este tugurio. 
Nos encontramos totalemente rodeados, por suerte es de noche y eso ayudará a que no nos descubran. Atacamos al atardecer por orden del comandante Carter Ham, pero un puñado de cabrones nos atacaron desde la nada. Además, enviaron de avanzadilla a unos cuantos chiquillos, y no pude dispararles, preferí replegarme mientras otros compañeros, que creía normales, acribillaron a aquellos muchachos a los que apenas les había empezado a salir el bigote.
En estos momentos no se quienes son los buenos y quien los malos. Esta última ofensiva la he hecho obligado, pues haberme negado habría supuesto la deserción. El motivo de mis dudas fue una conversación que unos cuantos marines y yo oímos sin querer por nuestra radio, ya que se confundieron las frecuencias. En ellas, los altos cargos estadounidenses obligaban a seguir atacando la ciudad hasta reducirla si hacía falta a cenizas, porque las petroleras estaban haciendo fuerte presión en el país y en el resto del mundo, y si no conseguíamos dominar los pozos petrolíferos otra posible crisis podría devastar de nuevo al mundo, según ellos, tenían que morir unos pocos para que otros muchos pudieran subsistir y otros pocos se montaran en el dolar. 
Cuando partí hacia aquí, vine orgulloso de mi país y de mi mismo, pues me sentía un liberador, un auténtico patriota, me sentía como mis antepasados entrando en Berlín y obligando a Hitler a acabar con su vida, creía que mi misión tenía un propósito moral, pero me equivoqué, todo se reduce una vez a lo mismo: el dinero.
Por el dinero estoy aquí, y no por ayudar a un país a librarse del yugo de un dictador. Por dinero estamos aquí atrapados otros siete hombres y yo, en un agujero del que no sabemos si vamos a salir con vida. Por dinero hemos venido a morir.


Por dinero.


Te quiere tu marido

Patrick McCarter

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