sábado, 7 de mayo de 2011

El primer encuentro

Yo, entre críticas y rollos de la novela (que sale a la venta ya esta semana), sigo escribiendo mis relatillos. El siguiente, que es también bastante largo para lo que acostumbro, lo he presentado a un concurso recientemente. La temática tenía que versar sobre un encuentro, y esto es lo que salió, tomando el tema con mucho respeto y cariño hacia mi mejor amigo. Espero que os guste.

Para mi amigo
para mi hermano
para mi otra familia


Nines se levantó del sillón reservado a los invitados del enfermo, desde allí hacía compañía a su madre en aquellos últimos días de su vida. No quería abandonar aquel incómodo sillón por nada del mundo, pero su vida seguía y tenía cosas que hacer; no es dicho en vano que ser ama de casa es uno de los trabajos más duros.
Adelina, su madre, siempre había sido una mujer sana y luchadora, que había sacado una familia adelante aún en tiempos de posguerra. Pero, por muy buena persona que se sea y por muy sano que se haya sido, nadie se puede hacer amigo del cáncer, y Adelina no era más que otra víctima inocente de una enfermedad que causaba estragos en todo el mundo.
Tras un beso, su hija, que ya le había dado dos nietos estupendos, abandonó la sala con pesar, y Adelina, medio dormida por los sedantes, fijó sus ojos en la pantalla de la televisión del hospital, sin prestar apenas atención a lo que en ella se contaba.
A los pocos minutos, la puerta se abrió, y un niño de unos ocho años, vestido de blanco, entró en la habitación con paso decidido y se sentó en el asiento aún caliente.
-¿Quién eres, jovenzuelo? –preguntó Adelina confusa.
-Soy tu nuevo amigo.
-Que chiquillo más gracioso, jaja –intentó reír pese a que los calmantes no le permitían moverse lo suficiente-. Llamaré a la enfermera, parece ser que te has perdido.
-No lo hagas, no funcionará, ellas no son mis amigas.
-¿Cómo te llamas? –preguntó intrigada.
-Yo no tengo nombre, pues ni padre ni madre tengo, pero aquí, en vuestro mundo, me llamáis Muerte.
-¡Vaya!... Justamente quien faltaba por venir a visitarme. Es todo un encuentro, pero… ¿como La Muerte puede tener la apariencia de un ángel? Más bien te pareces a mis nietos de Suecia.
-Eso es porque vosotros veis la muerte como algo malo, en realidad todos los ángeles podemos hacer este trabajo. Solo que quería venir yo expresamente a por ti.
-¿Por…?
De pronto, hizo aparición en la habitación el hijo de Adelina, Luquitas, que a pesar de la situación exhibía una amplia sonrisa. La Muerte se levantó del asiento y se lo cedió al hijo de Adelina, que al parecer sólo veía la habitación ocupada por su madre. Adelina guardó silencio.
-Madre, me pareció oírte hablar…
-¡Oh! Para nada, serían ruidos del pasillo.
-Puede…
-¿Y tú padre?
-¿Lucas? Abajo, hablando con alguien del pueblo, ya sabes como es. No creo que tarde en subir. Me crucé con mi hermana en la entrada, dijo que en cuanto acabara de comer volvería.
La Muerte contemplaba la escena expectante, sin que ningún gesto turbara su cara, parecía concentrado. Mientras Lucas y Adelina hablaban, hizo su aparición la enfermera encargada de la planta, que quiso hablar con Lucas en privado. Tras abandonar la habitación, el chiquillo se sentó en el regazo de la cama.
-Eres afortunada por tener esta familia. La anterior vez que vine a este hospital, nadie estaba junto al enfermo. Tuvo menos suerte que tú, además, apenas alcanzaba los treinta años.
-No me puedo quejar no –dijo con los ojos medio cerrados- ¿Decías que te habías interesado mucho en mí? ¿Por qué?
-Sé parte de tu vida, pero quiero que me la cuentes al detalle. Yo nunca he tenido una vida terrenal y creo que hablar contigo será lo más parecido a haber vivido.
-Entonces, ¿me voy ya?
-Mejor ahora que cuando estén todos en la habitación, ¿no?
-Sí, supongo que sí –y comenzó a levantarse malamente.
-No tranquila, no te molestes –Adelina se volvió a recostar.
Hubo un silencio en el que ambos se quedaron mirándose a los ojos.
-Vaya Adelina, me asombra que no me tengas miedo.
-Antes de verte sí tenía miedo, sabía que me quedaba poco de tiempo aquí, pero en cuanto te he visto todo mal se ha desvanecido. Tan sólo espero que a toda la gente que quiero le vaya bien.
-No te preocupes, podrás visitarlos cuando quieras.
-Entonces, no esperemos más.
El niño se levantó de la cama y se colocó a la altura del pecho de la mujer y, con sus manos, atravesó su torso y elevó en el aire una esfera de luz, que al verse liberada invadió toda la sala. De repente, Adelina se comenzó a sentir como nunca. Todos los tubos a los que estaba conectada le sobraban, así que se los quitó. Gracias a esto comprobó que sus manos ya no estaban surcadas de arrugas y que su pelo corría suave y liso por sus hombros. Fue entonces cuando se levantó y contempló como su imagen corpórea se había quedado en la cama, con los ojos cerrados.
A los pocos segundos entró Luquitas, que tardó un poco en comprobar que su madre, tras largos días de angustia y agonía, ya había abandonado aquel mundo. En un primer momento no reaccionó, pero pronto comenzó a llorar a la vez que el marido de Adelina también entraba en la habitación.
-Pobre Lucas, ¿Qué va a hacer ahora sin su mujer?
-En verdad te extrañará muchísimo, y lo pasará mal, pero es un hombre fuerte y saldrá adelante.
-¿Y tú cómo sabes eso, si aún no ha pasado?
-El tiempo es cosa de mortales, yo puedo ir atrás y adelante siempre que quiera.
-Podemos entonces abandonar este sitio, no quiero pasarlo mal… ¿No puedo hacer nada por animarles no?
-No, créeme que si te dejara hacerlo, tú y yo acabaríamos mal. Quien lo hace se lleva la bronca del jefazo - Adelina no hizo caso, siguió contemplando con consternación la estampa- ¿Quieres irte ya? Si nos vamos, pasará mucho tiempo antes de que vuelvas a saber de ellos.
-Me gustaría ver una vez más al resto de mi familia.
-Faltaría más. Vámonos entonces.
El niño cogió de la mano a Adelina y se encaminaron hacia la puerta. Antes de cruzarla, miró por última vez a lo que había sido su cuerpo.
Al traspasar la puerta se encontró caminando por un camino apenas asfaltado, cerca, una columna de gente acompañaba a un féretro que ya se internaba en el cementerio. La Muerte y Adelina fueron adelantando a las personas.
-¡Vaya! Es curioso esto de los entierros, te encuentras hasta a tus peores enemigos.
-Sí… los seres humanos sois muy extraños la verdad.
Adelante del todo, sus hijos arropaban a Lucas. Un poco más atrás iban sus nietos. Faltaba alguno que aún era demasiado pequeño para contemplara aquella escena. La vida era injusta.
-¿Por qué si podemos vivir de una forma eterna como tú, tenemos esta vida?
-Cuando formes parte de mi modo de vida, entenderás que tener una vida mortal es lo más especial que se puede tener, aunque muchos la desprecian o no tienen la suerte de poderla vivir bien.
-¿Qué pasa con ellos?
-Toda alma se merece una oportunidad más, tú ya no volverás más a la tierra, bien merecido tienes tu puesto entre nosotros.
Adelina no prestaba atención a aquellos temas etéreos, quería aprovechar sus últimos pasos en aquella tierra, respirando aquel aire, compartiendo aquel espacio con la gente que quería.
-Supongo que si supiéramos que vamos a vivir eternamente, no viviríamos en plenitud. El hombre teme a la muerte porque ama a la vida.
-Exacto, la mayoría de la gente viva piensa lo contrario, pero no es así. Si piensas que algo se va a acabar, siempre tendrás más interés en hacer todo lo posible por sentirte vivo.
-Pobre mi nieto Alejandro, creo que nunca lo había visto llorar, y eso que lo he tenido en mis brazos casi más que su propia madre.
-Ten por seguro que ahora mismo lamenta más no haber pasado más tiempo contigo que el que hayas muerto.
-Son todos buenos chicos.
Alcanzaron el hueco que estaba destinado a recibir sus restos mortales. El gran grupo se congregó en torno a él en silencio. A pesar de todo, era un día soleado.
-¿Sabes que es lo mejor de todo, joven? –el niño adoptó una postura receptiva- Que de este último momento, el más triste de toda la vida en teoría, es en verdad un instante de máxima felicidad para quien ve esto desde fuera. Lo último que creía que pensaba una persona al marcharse es que nunca iba a poder volver a sentir nada, tan sólo oscuridad.
-Como ya te he dicho, esto es sólo un paso más. ¿Quieres que nos vayamos ya?
Adelina, se colocó en torno a sus dos hijos, y los abrazó, aunque sus brazos atravesaron sus cuerpos a la vez que ellos daban un respingo. Besó en la mejilla a sus nietos y le dio un beso en la frente a su marido.
-Espero pellejo que me recuerdes siempre. Ojalá tardemos en volver a vernos, compañero.
Por delante de ella cruzó una mariposa, que se posó en una flor que apenas estaba germinando, esta, a su vez se estaba girando para recibir los rayos de Sol de aquella tarde de Abril.
-No importa el tiempo que vivamos mientras que por tu muerte alguien suelte una mísera lágrima, aunque sea de alegría.
Y, tras llorar la última gota, que desapareció en el aire a la vez que su féretro cruzaba la tierra para no volver jamás, su cuerpo se desvaneció a la vez que todos los presentes rompían a llorar.

Sólo era un paso más, el último, o quizás, el primer encuentro.

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