martes, 18 de enero de 2011

De dioses y hombres





Austeridad, eso es lo que se respira en la sala de cine, y no el olor a palomitas del de al lado. De Dioses y hombres es una película que empieza con la cabeza baja y se va con una cabeza baja, pero no en una posición sumisa ni mucho menos, sino resignada, al igual que la historia que nos cuenta con bastante acierto.
La trama, enclavada a finales del pasado siglo (hace dos días), nos transporta a la vida que llevan con gran alegría ocho monjes en las montañas de Magreb, con el asombroso añadido de que comparten su vida en total armonía con el pueblo musulmán, y, es más, contertulian con ellos sin mayores miramientos.
Como bien he dicho al comienzo, en esta película su mayor virtud es la austeridad, que retrata a la perfección el silencio del monasterio con la (casi total) ausencia de banda sonora, todo un acierto. En el transcurso del film tan sólo oiremos algún canto gregoriano que otro y un fragmento de "El Lago de los Cisnes" en pleno cisma de la película.
Pero a veces esta austeridad rompe la narración de la película, ya que hay demasiados planos fijos que superan con facilidad los dos minutos de duración y, por añadidura, la mayoría son durante las homilias, cosa que creo que se podría haber solucinado con alguna panorámica o plano detalle, que podrían haber acercado más al expectador a la historia.
Y hablando de la relación historia-expectadores, decir que el que se encuentra sentado en la butaca se verá progresivamente introducido en la pantalla, ya que según pasan los minutos comienzan a haber más planos que sugieren que el espectador es un monje más.
Los actores, en su mayoría ya bien creciditos, bordan las actuaciones, pero aquí se podría destacar la labor de Lambert Wilson (que desempeña un papel con similitudes al ejercido en Matrix revolutions como "el francés"), Michael Lonsdale y Philippe Laudenbach, y tampoco olvidar el trabajo de Jacques Herlin (gracioso), que le da esa chispa humorística que hace más agradable este drama. De puertas para afuera se podría decir que los personajes pierden fuerza y son más planos, pues ni tan siquiera el malo de la película se logra imponer´.
Salvando el anterior apunte de los planos fijos que eternizan algunos momentos, el resto de la película esta bien narrado por Xavier beauvois, que, por lo general cuenta una historia con un ritmo medio-lento. Esto no es un fallo ni mucho menos, ya que a este tipo de películas no le puedes insuflar mayor velocidad pues perdería todo el encanto que tiene.
En cuanto al tratamiento de la imagen no resaltar nada, aunque a veces Caroline Champetier muestra una imagen tan desvaída que casi se distorsiona.

En definitiva, nos encontramos ante la representación de una historia real que nos puede llegar a emocionar y que nos hace ver que la amistad puede surgir en las situaciones más extrañas.


¡Viva el cine independiente! (esto sólo para mi admirador secreto)

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