lunes, 24 de septiembre de 2012

Juanjo y el cine


Este es un relato que he escrito para un concurso y, como creo que me ha quedado curioso, lo expongo aquí, como siempre que deseo compartir algo con alguien que siente lo mismo en una sala de cine.

Juanjo


Juanjo salió del trabajo realmente cabreado, cómo no, lo acababan de despedir. Diecisiete años sentado en la misma silla (la cual ya tenía grabado su culo a fuego), y ahora lo echaban con uno de esos famosos Expedientes de Regulación de Empleo, parecía una caricatura de Jack Lemmon en “El Apartamento”.
Por supuesto, no acabó la jornada y llegó antes a casa, la música estaba alta. Cuál fue su sorpresa cuándo, al entrar a su habitación, su mujer se la estaba pegando con el vecino, sí, el mismo que decía que arreglaba las tuberías como nadie… ¡y qué bien las arreglaba oye! ¡Pim, pam que nieva!
Di que como la música estaba tan alta, ninguno escuchó cómo cogía una silla y se ensañaba con la espalda del fontanero. “este ni con setas rojas va a crecer ya más”, se dijo así mismo.
Su mujer se puso a gritar como una histérica y, en realidad tuvo suerte de no llevarse un sillazo en la boca.
Así que Juanjo, alegre de ver al de las tuberías inconsciente, volvió a coger las llaves, se llevó todo el dinero que pudo de casa y abandonó su peculiar Elm Street.
Nada más salir a la calle comenzó a llover, ya sólo le hacía falta un sombrero y una banda de Jazz y podría estar dentro de una película de Woody Allen.
Tras un deambule aleatorio, se fue a topar con un cine, casualidades de la vida, al primero con el que había ido acompañado de su ya ex-esposa. El teatro se llamaba Lumière, y se mantenía en pie desde que Charlton Heston usaba biberón, ¡eso sí que era una vida longeva!
Juanjo recordó, que además de haber sido al primer cine al que iba acompañado por una chica, también fue el lugar dónde vio su primera película, allá en 1975: Tiburón, ¡Qué gran película! Gracias aquel par de horas comenzó su amor por el cine y, ese mismo año, con tan sólo cinco primaveras, vio Barry Lyndon y The Rocky Horror Picture Show, entre otras.
Parado allí bajo uno de los focos del hall, las gotas de la lluvia se fundían sobre sus propias lágrimas, que no eran de pena por esa vida tan perra, sino por la nostalgia.
Miró entonces a la taquillera, ya conocida, y que empezaba a peinar alguna que otra cana como él, le vio la cara y le hizo ir a la ventanilla. Sin más espera le dio una entrada y Juanjo atravesó el espejo, comenzando su paseo particular de baldosas amarillas, siempre impolutas, siempre resplandecientes… lástima que a él no le quedaran bien los zapatos rojos.
El olor a palomitas le llegó hasta su pequeña alma de 8mm y se compró el cuenco más grande posible; no se lo acabaría, pero intentaría disfrutar, una vez más, de aquel Arte de artes.
Se sentó en su mullida butaca roja y comenzó a comer las palomitas, crujientes, algo saladas, pero recién hechas, tan calientes, que le hicieron entrar en calor de nuevo.
Las luces se apagaron y Juanjo entró en un mundo de sueños, no sabía si su película transcurría en la Tierra, en Marte o en un espacio inventado, si sería gay, enterrador o aventurero, si lloraría o reiría, lo único que sabía es que, al menos la hora y media siguiente aquella sala era un búnker, y ni su jefe ni su ex, podrían hacerle disfrutar aquella realidad, que, como decía Godard, se disfrutaba a veinticuatro fotogramas por segundo.

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