jueves, 19 de enero de 2012

La chispa de la vida



Cada época tiene sus iconos, sus leyendas, sus musas y sus batallitas, la Chispa de la Vida bien podría convertirse en película a recordar de ésta década que cruzamos, de esta depresión de inicio de milenio.
Cuando eran tiempos de guerra, cada facción creaba películas para alientar en sus masas, para empujarlos a la batalla, que creyeran que eran mejores que el enemigo; entre esas creaciones siempre había también otras que enseñaban el lado malo o, al menos, lo intentaban. Estamos cansados de oír día tras día que esta crisis se va a acabar ya y que todo va mejor. Mientras, en pantalla, vemos como bajo esas mismas palabras el número de parados sigue subiendo. Eso mismo, sin pelos en la lengua nos muestra Alex de la Iglesia: la realidad que vivimos sin tapujos, sin miedo; todo ello hábilmente camuflado con una trama original cruzada con un tema también muy de actualidad: la privacidad de la vida personal en los medios de comunicación.
Por tanto, aunque esta película sea pintada como comedia, y mucho más teniendo en cuenta que tira del carro Jose Mota, nada más lejos de la realidad, porque igual de rápido se produce la carcajada como esta desaparece del rostro.



Para mí esta película partía con muchas cosas en contra, empezando por la pareja protagonista. Nadie duda de la pericia de José Mota y de Salma Hayek delante de las cámaras, pero la unión era cuanto menos rara. Aún así, el director español apostó por la mezcla... y en su dado salió el seis y se comió una ficha del espectador indeciso, como yo mismo, por ejemplo, aunque bien es cierto que Mota está bastante mejor. También apostó por darle a Tejero un papel de malo, estando este acostumbrado también a la comedia, y también le salió bien la jugada, y sacó otro seis y se zampó otra ficha.
La chispa de la vida se considerará un referente audiovisual a nuestra época, pero esto es algo que sin duda será por el guión: mordaz, atrevido y frívolo a la par que ágil, pues aunque no abandonemos el principal escenario, las subtramas van y vienen, se entretejen, desaparecen y vuelven a aparecer, siendo para mí mejor que el de Balada Triste de Trompeta. No sucede así con el resto de aspectos técnicos; parece que Alex se ha alejado demasiado de su terreno y se ha perdido pues, al contrario que en la reciente Un Dios Salvaje, con un escenario mucho más reducido, su plantel de encuadres y posiciones de cámara han sido repetitivos y, exceptuando alguna escena entre Salma Hayek y Tejero, el nivel de fotografía es más bien pobre, al igual que el sonido, que no ha llegado a estar bien claro en toda la película.



Por último, creo que con el final de la película, angustioso a la par que intrigante, Alex de la Iglesia ha querido resumir lo que él cree que le depara a España en los próximos años, unos creerán que habrá sacado otro seis y quedará eliminado, y otros pensarán que ha sacado un cinco que le basta para que su ficha entre en casa, a salvo de los males del exterior.

Pero, ante todo, no olvidéis que esta película nos habla nada más y nada menos que del dinero, y que si por un lado esta la cruz, por el otro está una cara, a veces con una sonrisa, la sonrisa de la corrupción.


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