lunes, 20 de septiembre de 2010

Dormagen

En la Alta Edad media, el noble señor feudal de la región de Dormagen, en tierra de Teutones, se debatía entre la vida y la muerte, tras haber sido gravemente herido en la última guerra con los franceses. Como heredera sólo tenía a su hija, Lara, que apenas había sobrepasado los 20 años, pero él no quería una mujer gobernando todas sus tierras, necesitaba un hombre fuerte e inteligente que pudiera desempeñar todas las labores políticas con mano firme.
Para elegir al mejor pretendiente convocó una justa.
La belleza de la hija del señor feudal era por todos bien conocida, y jóvenes altaneros empezaron a llegar desde todos los rincones del mundo conocido.
Ogüen, hijo de un rico sultán de los países árabes, partió al galope con su caballo negro Lubian en cuanto se enteró de la noticia. En menos de un mes y con ayuda de su halcón Horus, llegó a Dormagen, justo dos días antes de que empezara la justa.
En el banquete de bienvenida, la damisela fue cortejada por todos sus pretendientes, algo que no le hacía demasiada gracia porque se sentía como una mula a vender en un mercado. Aún así todos se mostraron muy gentiles y caballerosos. Su padre hizo especial ahínco en que conociera a Philip, francés, ya que quería hacer las paces con el país galo, puede que para firmar una alianza con el fin de conquistar Jerusalem; estaban comenzando las cruzadas.
Philip no le pareció mal tipo a Lara, quizás algo arrogante, pero en su posición de noble era algo común. Pero había un chico que no le había ni dirigido la palabra, tan sólo se le había presentado. Aquel hombre se había quedado en las caballerizas, junto con su caballo árabe de pura sangre y dando de comer a su halcón, un animal que le había asombrado bastante. Supo que estaba allí cuando fue a ver a su propia montura. Aquel joven se fundía en las sombras con tanta facilidad como la tinta se diluye en el agua.
La luna, que casi estaba llena, le dejó ver su buen porte, aunque algo desaliñado para ser noble, pero consciente de el gran viaje que había hecho, era algo comprensible. No intercambiaron palabra, tan sólo una sonrisa.
Ogüen se quedó hipnotizado con los ojos de la joven. Aunque no había mucha luz, estaba acostumbrado a viajar en la noche cuan felino, y el tenue brillo de aquella luna creciente le había bastado para admirar los ojos de la joven, de un verde oscuro surcado por vetas negras que le recordaban a los ojos de su halcón Horus.

La justa dio comienzo y los combates se fueron sucediendo. Los que caían derrotados maldecían su suerte o a su caballo, alguno de los cuales perdió incluso la vida por los embistes de las largas lanzas.
Como era de esperar, llegaron a la final Philip, respaldado por el señor feudal y Ogüen, que entre combate y combate había intentado ser retirado de la competición; no interesaba que Lara fuera emparejada con gente del sur, y menos cuando la guerra que se avecinaba se disputaría en las tierras de aquel joven inquieto.
Aún así, Lubian y Ogüen llegaron en eprfecto estado a la pelea final.
Cuando iban empatados a 3 lances, y el último iba a decidir el futuro de la joven teutona, los ayudantes del señor feudal visitaron la carpa del francés y le dieron una lanza cuya punta era de hierro, un hasta que si lograba alcanzar al muchacho árabe lo mataría instantáneamente.
Los dos caballeros espolearon a sus monturas y comenzaron a galopar hacia el centro del recinto. En el último instante, Horus, desde un pendón situado en el palco de los nobles, emitió un sonido agudo. Ogüen se percató entonces que la punta de la lanza de su contrincante brillaba a la luz del sol, entonces, milésimas de segundo antes de que la lanza de su enemigo lo atravesara se tiró del caballo, perdiendo por tanto la batalla y con ello el derecho a emparejarse con Lara.
La muchacha contempló desolada como Ogüen se tiraba de su caballo, sin entender el porqué. Cuando se le estaba empezando a aclarar la mente, Philip ya estaba delante suyo dándole la prenda de rigor; Lara no tuvo más opción que cogerla.
Aquella noche discutió con su padre, porque aunque Philip no le desagradaba, sabía que había ganado sin honra, y aunque su padre sólo perseguía fines políticos con su casamiento, ella quería que su corazón perteneciera a alguien para quien fuera algo más que un pedazo de carne.
Llorando, se internó en el bosque, hasta que llegó a los pies de una alberca cristalina. La luna, ya llena, encontraba en aquella laguna el mejor espejo en el que se pudiera reflejar, y aquella estampa tan bonita la calmó.
De repente un pájaro comenzó a volar por encima de ella, emitiendo leves sonidos. Instantes después apareció Ogüen con su caballo. Sin más dilación la agarró y le dio un fuerte beso que la chica no osó evitar. Después, se montó en su caballo y comenzó a irse, sabía que había perdido y que ya no era bien recibido allí, aunque ciertamente, nunca lo había sido.
Lara, todavía relamiendo aquel dulce beso, agarró la espuela del caballo para detener su paso. Miró a los ojos al apuesto muchacho y sus ojos se cruzaron, fue entonces cuando decidieron que aquello no les merecía. Ogüen tendió la mano a Lara y esta la agarró con fuerza, montándose con gracilidad en la grupa de Lubian.
Desaparecieron de aquel marco mágico cuando en el castillo empezaba a sonar la voz de alarma y los guardias comenzaban a buscar a la hija del señor feudal. Pero era ya demasiado tarde.

1 comentario:

  1. sin palabrass me kedado! ya q las has usado tu todas aki!!
    gran escritor, gran amigo y gran persoan el Albal!
    =)

    ResponderEliminar