domingo, 27 de septiembre de 2015

Vivir y Morir XXVIII

18:31 Los Abuelos V

            Un Domingo de Ramos cualquiera, éste mítico bar de la ciudad estaría atestado de gente comiendo figones o calamares, acompañados por su respectivo tinto o cerveza española… pero aquel día no. La gente llamaba por el teléfono, los más jóvenes tecleaban sin cesar con sus smartphones, y los camareros estaban quietos, preguntando a quién podían… nadie consumía, la espuma de las cervezas se desvanecía y el vino se ponía caliente.
            En medio de aquella mole de gente estaba la familia González, Marta y su hermano sentados, cabizbajos, con su Coca-Cola entre manos, la cual estaba intacta, pues aún tenían que digerir el asesinato que habían contemplado a pocos metros. Su madre, mientras tanto, hablaba agitada por teléfono con la abuela. Miguel, en cambio, miraba por el ventanal: coches de policía, policías de paisano… gente que preguntaba, gente que respondía lo que creía que era la verdad. Lo único que sabían con certeza es que la alcaldesa había muerto, los operarios de sanidad nada habían podido hacer.
            A Miguel eso le daba igual… lo que verdaderamente le preocupaba es que una persona había sido asesinada. Una persona que llevaba una buena vida, que tenía un buen sueldo, como él hasta hace poco… y le quedaba lo peor por venir. Se había acostado con la mujer de su jefe para facilitarse un ascenso… pero aquel desliz se había convertido en una aventura… una aventura que, probablemente, rompería su familia.
            Afuera, la gente seguía preguntando.


18:33 Tanatorio Sever

            Carlos seguía impasible delante de su padre. Raquel le había llamado varias veces, pero no tenía ganas en ese instante de hablar con ella, además, seguramente ya habrían llegado sus suegros al hospital y le estarían haciendo compañía y dando consuelo. Entró en su móvil una nueva llamada, ésta vez del editor con el que se tendría que haber reunido hacía media hora. Apagó el teléfono.
            En la sala del tanatorio comenzó a oírse el murmullo del asesinato de la alcaldesa por parte de un loco ultra católico… otros pocos decían que si no era español y que después se había suicidado, a saberse que habría pasado.
            Pero eso, a Carlos, también le daba igual… es más, le jodía bastante, porque al día siguiente la muerte de la alcaldesa sería mucho más importante que la de dos trabajadores, de dos humildes pintores que tan sólo querían redoblar su jornada para poder ir con sus familias a ver la procesión.
            Recordamos muchas veces nuestras experiencias con frases como: el día de mi comunión, el día que me gradué… pero, en realidad, lo que hace cambiar tu estado, es el segundo. La realidad de Carlos era perfecta: acababa de ser padre, su novela iba a ser publicada y tenía una relación con su familia excelente, pero eso sólo fue hasta que su móvil sonó. En el segundo que le costó descolgar su teléfono, su vida cambió ya para siempre, y la de su entorno también, sobre todo la de su hijo, que no podría conocer ya nunca a su abuelo.


18.40 Montamarta

            Tras mucho dudar en qué dirección ir, Ángel decidió tomar la N-630 para iniciar su particular búsqueda, sin pistas, sin nada. Acababa de llegar a Montamarta. Aún allí nadie sabía que la alcaldesa había muerto, pero no tardaría mucho en saltar la liebre.
            Preguntó en bares y casas cercanas a la travesía por el Clío de Carlos, pero nadie lo había visto pasar. Coches blancos sí… pero no sabían si era el coche que él buscaba.
            Mientras acababa su interrogatorio por el pueblo, pasó un coche patrulla que iba en dirección a San Pedro de las Cuevas. Al parecer el comisario había entrado en razón y había mandado a diez patrullas a buscar el Clío de Carlos, además de avisar a la Guardia Nacional y a la Guardia Civil. Un helicóptero se pondría dentro de poco a buscar también.
            Con energías renovadas, Ángel se subió en su coche y salió del pueblo de Montamarta.
            Su cabeza echaba humo sin saber a dónde dirigirse, pero evitó de entrada la carretera por la que fueron sus compañeros. Llegó a un desvío: si giraba a la derecha su coche le llevaría a San Cebrián de castro… si continuaba la N-630 llegaría hasta Fontanillas de Castro. La carretera que iba hacia San Cebrián estaba peor asfaltada, alguien que quería huir seguiría por la carretera Nacional pero… ¿y si no querían huir?


18:41 San Cebrián de Castro

            David entró en la habitación cuando Mantis estaba afilando un pequeño machete.
            -La gente me pide por Internet una decapitación ya, un griego nos ha ofrecido 10000 euros, ¿qué te parece?
            -Isra no me coge el teléfono.
            -Eres un poco pesado con ese gitano, ¿no? ya se las apañará sólo hombre…
            -No sé, todo esto me huele muy raro.
            -Bueno, qué te parece lo de la decapitación, ¿bien, no?
            -Sí… no sé.
            -¿Cómo que no sabes?
            -Sí… deberíamos haber ido mucho más lejos o… o haber cogido otro coche, ¿y si peinan toda la zona?
            -Esto no es una película hijo, cuando quieran llegar hasta aquí nosotros estaremos en algún país del este disfrutando del dinero que nos habrán dado por matar a estas putas.
            -Deberíamos irnos.
            Mantis cambió su rostro. Estaba visiblemente cabreado.
            -Estoy ya un poco hasta los cojones, muchacho.
            Le tendió el machete recién afilado. Su filo brilló igual que el de la katana de Hatori Hanzo que usaba  Uma Thurman en Kill Bill.
            -¿Qué quieres? –preguntó David.
            -Mata a ésta –le dio una patada a la silla de Estrella-. Demuéstrame que me puedo fiar de ti.
            -Yo no soy un asesino.
            -Ya, pero yo sí, así que o la matas… o te mato yo a ti. Ella va a morir de todos modos, tú no tienes porqué y, además, te puedes hacer rico. Tú mismo.
            A David se le quedó atrapada la saliva a la altura de la nuez, y se maldijo así mismo, fue maldiciendo cada una de las acciones que le habían llevado hasta allí, en pocos segundos se retrotrajo diez años atrás, en el momento que escupió a su profesor de matemáticas y le dijo que ya no quería estudiar más aquella puta mierda de números.

            Mantis comenzó a zarandear el machete delante de él, invitándole a cogerlo. David, finalmente, cogió el machete… y Estrella rompió a llorar de nuevo.

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