viernes, 2 de abril de 2010

La urna y la lluvia

Si, yo, los 365 días del año, puedo decir con orgullo que pertenezco a la Real Cofradía del santo Entierro, aunque sólo se dediquen unas 7 horas de un día de todas esas decenas de días, e incluso que una gran parte de los años se suspenda y no podamos procesionar, pero para mí es y será la mejor procesión de la Semana Santa Zamorana. El motivo es bien sencillo.
Considero todo un honor el colocarme sobre mis hombros la túnica negra de terciopelo que utilizaba mi abuelo para desfilar en esta cofradía (de los primeros afortunados), atarme al cuello el ímpoluto pañuelo con la urna bordada en él, y colgarme mi medalla, con un número mucho más alto que el de mi abuelo y mi tío, pero que aún así tengo la esperanza de que este número, el 1952, me otorgue el honor de ser mayordmo en esta antigua cofradía algún día.
Si para muchos intelectuales es un placer dar un paseo por el museo del Prado o por el Loubre, para mí lo es caminar al lado del "Caballo de Longinos" o de "la Conversión del centurión" acompañados por las mejores bandas de música y mirar a la cara de esas imágenes y sentirte parte de la historia (ya fuera o real o ficticia, que no por ser todos cofrades quiere decir que creamos).
Puede que no llevemos metralletas ni ningún tipo otro arma como los soldados que escoltan "La urna", pero todos deberían saber de seguro que si alguien atentara contra algún paso nuestras varas coronadas con la cruz y la sábana santa, darían cuenta de ello.
Lo primero que hace un hermano de esta cofradía cuando comienza el día es mirar por la ventana, y hacer su propia predicción del tiempo, que siempre suele ser optimista. Y siempre, aún sabiendo que el Viernes Santo es un día de luto, un día triste, y que la lluvia bien puede ser una forma de espresar el dolor de una madre por su hijo muerto injustamente, te invade una tristeza inmensa cuando comienzas a ver, en las túnicas de tus hermanos, como pequeñas gotas de lluvia van calando el terciopelo, como los cargadores aumentan el ritmo para poner a salvo los pasos, y como, anuque parezca irreal, las gotas de lluvia se convierten en lágrimas y empiezan a correr por las mejillas de María, Magalena, Longinos, y el propio Jesucristo. Es entonces cuando tú, resignado, te quitas el caperúz, bajas la cabeza, y echas maldiciones a diestro y siniestro. Siempre queda la esperanza de que deje de llover, pero para cuando el cielo ya se ha despejado, los pasos ya están durmiendo, esperando al siguiente.
Pero esto ocurre los años malos; los buenos, disfrutas con el paseo a lo largo y ancho de la ciudad, y, aunque estas oficiando y escoltando un entierro santo, lo celebras, pues en verdad, la muerte de cristo supuso una salvación y es motivo de celebración, y te ríes con tus compañeros mientras conversas con la gente que ve la procesión, haciendosela más amena. Lo celebras con tu familia cuando descansas, compartiendo una gran merienda con un telón de fondo espectacular: el castillo y la catedral. Sonríes cuando los pasos están de nuevo en su hogar, y felizmente te quitas el caperuzo y ves como el resto de congregantes sonríen, se felicitan, y se desean salud y volver a estar hombro con hombro el año que viene.

Esto es lo que se siente... y es lo que quiero seguir sintiendo

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