Este es un relato que voy mandar cuyo tema para escribir es Carpe Diem... agradezco que a todo el que lo lea se anime a darme su opinión, ya que aún no está enviado y puedo arreglar algunas cosillas.
Con paso firme y
curioseando aquí y allá, un hombre maduro se acerca al tren de cercanías de
Barcelona, que acaba de arribar a la T2 de El Prat. Mientras espera
educadamente a que todos los pasajeros salgan, lee una pequeña nota, que se guarda
en su bolsillo cuando comienzan a subir las personas provenientes de decenas de
destinos diferentes. Mientras sube en el vehículo, se da cuenta que una mujer
de mediana edad no puede con sus maletas, así que amablemente la ayuda a subir
y toman asiento uno al lado del otro. Tras unos minutos de espera, el cercanías
emprende su camino.
La mujer, que se hace llamar Beatriz,
viene de viaje sorpresa a ver a su marido que, según decía, lleva mucho tiempo
sin volver a su casa, en Lleida. Tanto Beatriz como él tienen el mismo destino,
Sant Celoni. Beatriz se interesa por el nombre del misterioso señor, que según
él es llamado de muchas formas, pero al final queda en llamarse Paco.
En la siguiente parada sube un montón de
gente, y Paco decide ceder su asiento a una joven embarazada, rápidamente ambas
mujeres congenian y comienzan a hablar. Al parecer, la chica embarazada se
dirige a Barcelona, a realizarse una ecografía. Discretamente, nuestro hombre se
aleja poco a poco e, incluso, cambia de vagón.
Allí logra encontrar asiento detrás de una pareja de jóvenes que apenas llegaría
a los quince años. Se estaban besando, y entre lengüetazo y lengüetazo
se susurraban palabras de amor eterno, esas que a ojos de los mayores tan sólo
son debidas al efecto de la adolescencia; pero que culpa tenían ellos, tan sólo
estaban viviendo el momento, ya habría tiempo para las lágrimas. Aún con todo,
Paco sonrió para sus adentros, hacía mucho tiempo que él no experimentaba
aquello, bueno, más bien le quedaba distante, y su empleo actual no le permitía
enamorarse de nadie. Ensimismado aún con la tierna pareja, comenzó a oír una
acalorada discusión.
Al final de aquel vagón una pareja
discutía fervientemente. En determinado momento el chico lanzó por los aires el
portafolio de la chica, desparramando por el suelo el material de lo que
parecía una larga tesis. Paco, al ver que nadie hacía nada, se acercó a ayudar
a la chica, que había comenzado a llorar. Su novio miraba por la ventana del
tren, como si la historia no fuera con él. Según lo que refunfuñaba, lo habían
despedido y la estaba pagando con quien menos culpa tenía. Cuando Paco acabó de
ayudar a aquella pobre muchacha, decidió que ya había visto suficiente en ese
vagón.
El siguiente estaba atestado de maletas,
pero encontró cobijo al lado de un chico joven que rozaba la veintena, iba
escuchando música con unos grandes cascos y llevaba un cinturón de superman. A
pesar de eso, estaba leyendo un libro de oratoria y poesía romana. Lo que menos se
esperaba de un chaval que iba con los pies encima del asiento de enfrente es
que estuviera codeándose con Séneca o Cicerón, entre otros.
Tras un rato leyendo su libro por encima
del hombro, el chico al final se percató de ello y le preguntó si le gustaba el
tema. Paco incidió sobre como un
chico de su edad se interesaba por algo tan denso. Él le contestó que
era un apasionado de la Historia y que le gustaba mucho culturizarse. En ese
momento estaba estudiando a Horacio, el verdadero creador de la frase Carpe
Diem que, como bien le explicó él, ni siquiera había sido pronunciada así en su
origen, pero el poder del cine entre otros había ido cambiando su significado a
lo largo del tiempo. A partir de esto, el joven se empezó a quejar de la gente
de su edad que consumía prendas de vestir o similares con imágenes de personas
que ni conocían, sólo por el hecho de ir a la moda. Paco quería intervenir,
pero en verdad parecía que se había topado con la reencarnación del propio
Cicerón, por lo que, con la excusa de ir al baño, huyó literalmente de allí.
Al
llegar a la altura del servicio, un hombre desaliñado salió por la puerta,
tenía la nariz roja, y parecía que le picaba bastante. No miró a Paco con cara
de muchos amigos al pasar a su lado. Paco entró al escueto baño.
A la salida de aquel lugar en el que
apenas uno podía bajarse la bragueta, le atrajo la conversación de dos hombres
de bien, tan sólo uno de ellos hablaba, traje negro impoluto, reloj de oro y
maletín en mano, por supuesto. Este hombre de negocios se choteaba de tener el
capital suficiente como para pagar la comida consumida durante años en el
McDonalds de Plaza Cataluña y aún así le sobraría dinero para comprarse el
Corte Inglés de al lado. Su compañero le rio la gracia de una forma exagerada,
sería su lamedor de culo personal, pensó Paco para sus adrentros. Enfrente de
estos dos hombres de bien, una mujer musulmana, con aspecto de no haberse
cambiado de ropa en mucho tiempo, le daba el pecho a su hijo pequeño, una teta
que apenas tenía leche para llenar un dedal. Paco pensó en intervenir, pero
recordó lo que ponía en el papel
y continuó su camino, buscando su hueco.
Por fin, en el último vagón
del tren, en el último reducto de aquel medio de transporte traqueteante, había un sitio para él al lado de
un anciano. Tardaron unos minutos en entablar conversación, algo que no es en
sí habitual, pero a Paco le gustaba conocer a las personas con las que se
topaba. El anciano, Miguel, se dirigía a Granollers a ver a su nieto, que hacía
poco que había nacido. Le preguntó a Paco por su trabajo, a lo que éste
respondió que era un humilde administrador, eso sí, de una gran multinacional, por lo que, en
definitiva, no era mal trabajo.
Mientras Miguel le hablaba,
Paco logró ver que llevaba una carpeta clínica de oncología. A raíz de que
Miguel comenzó a hablarle de su mujer, Paco inventó una novia que trabajaba en
oncología; fue entonces cuando el anciano le confesó que venía de allí, y no le
habían dado muy buenas noticias,
en realidad nunca se las habían dado, y si el primer pronóstico que le habían diagnosticado
hubiera sido cierto, su asiento lo estaría calentando ahora otra persona.
Cuando se quisieron dar cuenta, el tren ya
se dirigía a Sant Celoni y Miguel había perdido su parada, pero Paco se ofreció
a llevarle cuando Miguel ya estaba sacando su móvil para avisar a su yerno.
Miguel se negaba, y al final Paco le
tuvo que dar aquel papel que leyó antes de entrar al tren. Al leerlo no se
entristeció y, cuando una robótica voz anunció el fin del trayecto, ambos se
levantaron. Al salir del vagón, el anciano preguntó que si en aquel sitio a
dónde le llevaba se podía ver de nuevo a Manolete torear, a su padre reírse con
Mortadelo y Filemón, y a saborear de nuevo esas magdalenas caseras que hacía su
abuela Nisia en el horno de leña del pueblo.
" El que
está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día.
"
-Paulo
Coelho-
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