Era el día de Halloween, y las calabazas decoraban el pequeño pueblo de Magowha, en la región de An Clar, Irlanda.
Para Gael, aquel día significaba alegría y un buen atracón de gominolas. Todo ello se vería acentuado gracias a que había ido aprobando todo, y sus padres le dejarían llegar más tarde ese día.
Tras una copiosa comida, que engulló rápidamente, se dispuso presta delante del ordenador.
No había ni iniciado sesión en el Messenger cuando Aidan, bueno, más bien, el pesado de Aidan le abrió conversación. No es que ese chico no le gustara, solo que a veces le daba miedo y era un poco pesado.
Comenzó a hablarle, pero ella le hizo el menos caso posible. Cuando tras un largo rato le propuso un buen tema de conversación, y estaba empezando a encandilarla, el chico se esfumó sin avisar. No le dio ni la más mínima importancia, ya que tampoco era un chico prioritario ni mucho menos como era Donovan, apodado “el músculos”, pero si quería haber seguido hablando al menos un rato.
A media tarde, la agregó un tal “guardian3110”, su Nick decía: “The angel of the gourds”. Curiosa, aceptó.
Aquel extraño personaje que se ocultaba al otro lado le propuso una visita al cementerio aquella medianoche, allí vería algo único e irrepetible. La aventura estaba asegurada, pero Gael, haciendo memoria, recordó noticias de chicas y chicos secuestrados que habían accedido a peticiones por ordenador de desconocidos.
Tras estas cavilaciones, apagó el ordenador sin demorarse más y se fue a recolectar chucherías con su grupo de amigos con algo de miedo aún.
Todos sus amigos le prohibieron ir al cementerio, y mucho menos siendo Halloween.
No obstante, entre puerta y puerta, Gael se escabulló, y, no sin cierta turbación, entró en el cementerio.
Aquel lugar era ya de por sí tétrico, pero al ser aquel día tan señalado, hacía que cada mínimo ruido la trastornara. Cansada, se sentó no sin cierto temor en una tumba.
De repente, metros más adelante, junto a un mausoleo gobernado por un ángel de piedra, se encendieron unos focos. Se acercó con premura, olvidando donde estaba.
Cuando ya estaba allí, a contraluz, apareció arriba del mausoleo, junto a la estatua, un hombre con una gran calabaza por cabeza y unas enormes alas blancas. Empezó un grácil volar por el aire, a la vez que cantaba una canción, la favorita de Gael.
En pleno éxtasis, el extraño ángel cayó al suelo; al parecer estaba suspendido por cuerdas, no volaba de verdad.
Gael se acercó a socorrer a aquella extraña “cosa”, que, tras volver en sí, se fue quitando la calabaza. Tras ella apareció Aidan, que, con cierto mareo, profirió las palabras: Te quiero.
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