De muchas cosas se han visto historias: de batallas, de conflictos, de amor... pero ninguna que una todas y cada una de ellas. Yo voy a intentar acercarme a ello con la historia de mi diente, el cual he perdido hace una semana por apetencias del destino.
Mi relación con él comienza con su padre, el incisivo derecho de leche, que pronto comenzó a dar guerra. Siendo pequeño, aún danzando con el tacataca y ya aventurero, me lancé cuesta abajo con él por una gran pendiente que había al lado de la casa de mi abuela; como dicho vehículo no es de altos vuelos, el carromato volcó y mis dientes frenaron la caída, no me rompí ninguno, pero propició que años más tarde tuviera que llevar aparato.
Aunque como bien he dicho, ningún diente resultó dañado, el paleto derecho adquirió un tono verduzco que no desapareció hasta su extracción a los ocho años de edad.
Años más tarde, el paleto que surgió detrás del otro comenzó su andadura con una nueva caída.
Dicho accidente sucedió en el campamento, cuando un monitor, jugando conmigo, me lanzó al aire y después no me recogió bien y mi boca se empotró contra el duro suelo de cemento. Ahí sí que se remató ya la faena, pues me partí parte de ambos incisivos. El toro ya estaba visto para sentencia.
Esto trajo como consecuencia inmediata la colocación de un aparato, osease, todo ese jaleo de braquets y hierros que la mayoría de niños tiene que soportar durante unos cuantos años. De hecho, yo comencé con uno de esos que incluyen casco y todo y hacen que parezcas el mismísimo Hellraiser.
Tras pasar por varios tipos de aparato terminé con una sonrisa profident, pero, cuando creía que todo estaba ya concluido, me comenzaron a doler los dos dientes que estaban rotos, pero ocultados al resto de la humanidad por unas fundas.
Me tuvieron que desvitalizar ambos dientes, pero, el derecho en particular, tuvo que ser desvitalizado de nuevo varios años después debido a que no había quedado bien en una primera instancia. Lo que no sabía mi dentista Celemín es que ese diente estaba roto de raíz y las minuncias de las desvitalizaciones poco podían hacer.
Así pues, hace unas semanas, comiendo un buen plato de cocido, con su chorizo, en una de las dentelladas, un dolor relampagueante surcó todo mi cerebro, indicando que el diente se había roto justo al medio, ahora ya si que si el torero estaba ya cogiendo el rabo y las dos orejas.
Pocos días después, tras un par de dolorosos pinchazos y unos pocos minutos, desprendieron de mi cuerpo este diente que tantas historias había propiciado a mi vida.
PD: Me he quedado el diente para hacer un collar.
Y si no, como aquella canción de Juanito Valderrama: ...me voy a hacer un rosario, con tus dientes de marfil...
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