Hacía ya mucho que no me dejaba caer por aquí, pero llevaba mucho tiempo queriendo escribir sobre el tema y al final me he atrevido, espero haber dejado un relato digno. Espero que os guste:
-Sigo diciendo que
era mejor ir en avión –rezungó José.
-Para mí es un agobio. Recoge la
maleta… consigue un taxi... quita quita –respondió Luis Manuel desde el puesto
del piloto-. Además, quería hacerle el rodaje al coche.
-El olor a coche nuevo me da náuseas
–objetó José bajando la ventanilla. Luis puso los ojos en blanco.
Cabalgaban un BMW 2800 por la N III
dirección a Madrid. Habían salido hacía apenas dos horas de Valencia. En el asiento
trasero dormitaban Miguel y Fernando, los cuales formaban el conocido Dúo Humo.
Miguel se despertaba cada poco, cuando algún bache hacía que su cabeza se
golpeara levemente con el cristal, pero eso a Fernando bien poco le importaba,
y roncaba apaciblemente.
-¿Te apetece parar a desayunar? La
luz del sol a esta hora es horrible –pidió Luis bajando el parasol del
conductor. Y así espabilamos a estos dos.
Luis Manuel subió repentinamente el
volumen de la radio, y los visitantes del reino de Morfeo volvieron en sí.
-¿Ya hemos llegado? –preguntó Miguel
algo atontado, rascándose la coronilla, Fernando mientras tanto se restregaba
los ojos.
-Decía Luis que si parábamos a tomar
un café, para evitar la luz del amanecer de frente… y ya de paso os despejáis
un poco, aunque muy nerviosos no se os ve.
-Tenemos el mejor padrino que se
podría desear –alabó Fernando- ¿por qué íbamos a estarlo?
-Jaja, menudos pelotas sois –rió
Luis Manuel.
Poco a poco el BMW fue aminorando la
marcha mientras se adecuaban a la velocidad necesaria para entrar en el pueblo
de Motilla del Palancar. Entraron en el primer bar que pillaron abierto. Apenas
había gente, tan sólo algún agricultor que venía o volvía de cuidar sus
tierras. Las botas testificaban si iban o venían.
-Un café solo, largo –anunció Luis
Manuel.
-Un corto para mí –añadió José.
-Dos con leche para nosotros, a
poder ser que no esté muy caliente la leche –apostilló Miguel.
El camarero no dijo nada, tan sólo
soltó el trapo con el que estaba secando unas tazas y se puso a trabajar con la
cafetera. No quitaba ojo a Luis Manuel.
Los cuatro tomaron asiento en una
mesa metálica.
-Creo que te ha reconocido –susurró José.
-No pasa nada, no estamos en la
ciudad –apuntó Nino. Podremos tomar el café tranquilos.
Luis echó mano del ABC del domingo
mientras el resto seguía discutiendo el tema del avión. La portada estaba
ocupada por una mujer en pleno llanto. La noticia que copaba esa desastrosa
fotografía era el hundimiento del Metro de Madrid a la altura de Pio XII. Había
visto algo en la televisión el día anterior, pero no había querido oír mucho
del tema, no era él hombre de desgracias.
Cuando estaba acabando de ojear el
periódico el camarero les trajo los cafés. Después de dejarlos en la mesa se
quedó cerca, había algo que le reconcomía por dentro.
-¿Quería algo? –preguntó Luis
Manuel.
-Eh... sí, eh, ¿es usted Nino Bravo?
–preguntó muy nervioso.
-Jaja… sí, soy yo –respondió contento-
¿Qué quería? –el camarero esbozó una gran sonrisa.
-¿Podría firmarme una servilleta? Sí
se entera mi hija que ha estado usted aquí y que no le he pedido un autógrafo,
me crucifica.
-Claro, claro, faltaría más –Nino se
tanteó el bolsillo en busca de un boli, pero antes de que pudiera echarle mano,
el camarero ya le había dado uno, además de la servilleta.
-¿A dónde se dirigen? –inquirió con
tiento el camarero.
-Vamos a grabar un sencillo con
estos dos músicos a Madrid –señaló a la pareja de músicos, que hicieron un leve
gesto con la cabeza- venimos de Valencia.
-Ya me supongo… es decir, qué bien –comentó
nervioso.
-¿Hay gasolinera cerca? Tendría que
haber repostado ayer, pero haciendo el equipaje y demás, se me pasó.
-Sí, claro. A la salida del pueblo
tiene una.
-Vale, gracias por su ayuda, tome –le
entrega el autógrafo-. Ya de paso, cóbreme.
-No, no, Nino, pagamos nosotros –intervino
Fernando.
-Bueno sí, menudo padrino sería, si
no. Tome, cóbrese y quédese la vuelta –dijo Nino entregándole al camarero una
peseta.
-Muchas gracias,
Nino cogió su café y volvió a
sumergirse en la lectura del periódico, el camarero también regresó con su
trofeo a la barra, tan contento como si estuviera a punto de terminar la larga
jornada.
Tras terminar el café, se montaron
de nuevo en el BMW. Tal cual había dicho el camarero, la gasolinera les
esperaba a las afueras del pueblo.
La radio comenzaba a ampliar
información sobre el asunto del metro, por lo que Nino decidió apagarla. Justo
antes de llegar a la gasolinera José sacó una cinta de Nino y la colocó.
Comenzó a sonar “Señora, Señora”.
-Sabes que no me gusta oírme cantar
en el coche, José –regañó con una sonrisa Nino mientras se quitaba el cinto.
-Ni a mí el olor a coche nuevo.
Anda, ya salgo yo a repostar, no sea que vengan a entrevistarte.
-Qué gañán eres.
Mientras José daba de beber al
coche, Nino sonrió. Estaba disfrutando de la vida como nunca habría imaginado,
y ya podía dar la oportunidad a otros músicos de formar parte de su mundo. Humo
tenía aún muchas cosas que pulir, pero según su criterio, tenían mucho que
ofrecer.
En su cabeza ya rebotaban letras
para sus próximas canciones, temas que harían vibrar a todos los españoles una
vez más. En esas ensoñaciones estaba cuando José se volvió a montar en el
coche.
-Arranca ya
El coche impoluto abandonó la
estación de repostaje.
-Me han comentado que éste tramo es
complicado, ve con cuidado.
-Vale, no te preocupes. Dormid ahora
si queréis, estoy sereno.
-Quita quita, que ya me ha empezado
el hormigueo en la barriga –rió Fernando.
El paisaje manchego discurría por su
lado mientras “Señora, Señora”, daba sus últimos compases. Después, el
silencio.
-¿Le doy la vuelta o cambio? –preguntó
Miguel.
-Deja, ya la cambio yo –respondió Nino.
Eran poco más de las diez cuando
Nino giró la cinta de música.
José estaba cabeceando en ese
momento y no se dio cuenta de la curva que se avecinaba.
El dúo de músicos también se dio
cuenta tarde, y cuando Nino se irguió de nuevo, el coche se salió de la
carretera mientras empezaba a sonar Libre.
El BMW dio varias vueltas de
campana, fatídicas para Nino Bravo, que no se había vuelto a poner el cinturón
de seguridad.
“Y tendido en el suelo se quedó, sonriendo y
sin hablar
Sobre su pecho flores carmesí, brotaban sin
cesar”